Derecho y diálogo
JOSÉ MARÍA ROMERO DE TEJADA (1948-2017)
Aún no hace ni cinco horas que supe de tu partida cuando me piden que escriba unas palabras de despedida. Accedo a ello porque esta mañana, cuando comentábamos con los compañeros tu inesperada marcha, alguno decía que era una pena que una persona que, como tú, había pronunciado tantos discursos de despedida, sobre todo en estos últimos años en los que como fiscal superior habías asistido a tantas, no fuera a tener el suyo. Quiero que sepas que este es uno de los motivos que me ha llevado a juntar estas letras, el hacer un último homenaje al compañero y al amigo que se ha ido. No es fácil, acostumbrados como estamos a escribir con frío tecnicismo jurídico, nos cuesta a quienes no hacemos sino
literatura jurídica descender al terreno de lo humano, y porque en estos momentos de tristeza la mayoría de nosotros, aun con dificultad para reponernos del golpe que ha supuesto tu marcha improvisada, echaremos principalmente de menos tu amistad y bonhomía, virtudes que son difíciles de glosar y de trasladar al papel para quienes no estamos acostumbrados a hablar de sentimientos, sino de hechos y calificaciones jurídicas.
Es momento de decir que durante mis casi 30 años de presencia en esta Fiscalía, desde que aprobé la oposición a finales de los años ochenta y fue este mi primer destino, tú siempre has estado a mi lado de uno u otro modo. Primero como compañero, en las trincheras de los juzgados de instrucción, en la sala de fiscales del Palacio de Justicia, que hoy afortunadamente sigue igual que en aquellos lejanos tiempos. Siempre allí tu presencia serena, cercana y afable. Eras uno más aun y cuando se nos decía a los recién llegados que eras descendiente de una saga de fiscales y que de pantalón corto ya paseabas por allí. Entre aquellas paredes tú ya destacabas, sembrando la semilla junto con otros grandes fiscales a principios de los años noventa, en el Servicio de Delitos Económicos, del que fuiste primera cabeza visible y que hoy me toca a mí dirigir. Eran años de ilusión en los que se cimentó sólidamente lo que hoy somos quienes compartimos aquel espacio, nuestra forma de actuar en defensa de los intereses generales de la sociedad y, especialmente, nuestro compromiso con el Estado de derecho.
En años posteriores te tuve más cerca, lo más cerca que un fiscal puede tener a otro sin ser matrimonio. Fuiste lo que se llama mi visador. Para quienes desconocen la forma de actuar de los fiscales, debo aclarar que el visador es una figura capital de nuestro funcionamiento interno como institución dentro de la Administración de Justicia, básica para nuestra formación jurídica, en cuanto que a través de su consejo y supervisión se garantiza un principio fundamental que contribuye decisivamente a la seguridad jurídica cual es el de unidad de actuación. El visador no trabaja directamente los temas pero da un pulido final a todos los escritos de trascendencia jurídica que un fiscal redacta con relación a un asunto. Tú ejerciste esa función de manera sabia y cercana, nunca había discusión contigo porque tenías la templanza y la experiencia necesaria para que aquello que parecía tan complicado de explicar resultase al final simple y claro. Esos días me enseñaste que un superior jerárquico en la carrera fiscal no es un jefe, sino un apoyo y, especialmente con tu proverbial paciencia, un auxilio y una guía en el día a día de los fiscales en general y en el mío en particular. Me enseñaste también la virtud de la moderación en el ejercicio de la acción penal, de la negociación con los abogados, a quienes no debíamos ver como un “enemigo que batir”, y del diálogo y la relación próxima y sincera con los jueces y los restantes operadores jurídicos. En ese tiempo pusiste las bases de lo que soy hoy como fiscal. Nació así nuestra amistad, que se ha mantenido todos estos años hasta hoy, posteriormente reforzada en tantas y tantas charlas, en las que seguías demostrándome que fundamentalmente eras un hombre bueno, cabal y dialogante.
Luego vinieron los tiempos en los que tuviste que ejercer cargos orgánicos dentro de la institución, primero teniente fiscal y así hasta llegar a fiscal superior de la comunidad autónoma de Catalunya. Recuerdo con cariño los discursos que pronunciabas durante tus tomas de posesión, no tanto centrados en cuestiones jurídicas, declaración de intenciones o propuestas de actuación, sino en acordarte de tus amigos, de los cafés que compartíamos mientras estuvimos todos juntos en la añorada sede de Pau Claris y, muy especialmente, el cariñoso recuerdo que en todos ellos deparabas hacia tu querida esposa, Tere, o hacia vuestros hijos, pues siempre en esas ocasiones en las que debías pronunciar un discurso ante mucha gente tenías un recuerdo para unos y para otros, con lo que provocabas la sonrisa de todos quienes te escuchábamos. Durante esta última etapa recuerdo también con cariño los discursos que pronunciabas con ocasión de la jubilación o cambio de destino de otros compañeros, en todos ellos ensalzando la amistad que te unía a ellos y recordándoles que las puertas de la Fiscalía (“esta casa”, como te gustaba decir) estarían siempre abiertas para ellos, no tanto porque fueran a regresar profesionalmente, pero sí para cuando ocasionalmente se encontrasen en Barcelona.
Es verdad que los últimos tiempos fueron más complicados, que poco tenían que ver, aunque las nubes estaban ya en el horizonte, con aquellos en los que, tras la precipitada dimisión de tu antecesor, te decidiste a tomar el timón de la Fiscalía de Catalunya y a asumir las cargas y responsabilidades que siempre han acompañado a ese cargo. Quizás no nos hemos visto tanto como cuando compartíamos sede, pero supimos mantener el contacto a base de llamarnos, de seguir tomando café cuando las cosas se ponían difíciles, de charlar un largo rato en ese último congreso de nuestra asociación, el pasado octubre en Granada, y en todos esos momentos seguía emergiendo la figura de quien fue mi visador, afable, tranquila, cercana a todos nosotros cuando otros parecía que estuviesen tan lejos. Ese es el recuerdo que me quedará de ti, el que quiero hoy compartir con mis compañeros y con tu familia. El recuerdo de un hombre bueno, de fuertes convicciones, que creyó siempre en el Derecho y en el diálogo con quienes quisieron acercarse a él.
Descansa en paz, José María.
Me enseñaste también la virtud de la moderación en el ejercicio de la acción penal