La reacción llega a balón parado
El Espanyol vuelve a ganar y a reencontrarse con el gol ante un Getafe que se muestra condescendiente
A balón parado, sin lucimiento y con la ayuda del meta visitante. Con tanto pragmatismo como efectividad. Así es como consiguió anoche el Espanyol volver a sumar para romper una mala racha de resultados y una incomprensible sequía de goles que lo había llevado a la zona baja de la tabla y había puesto en duda el proyecto que lidera Quique Sánchez Flores. Poco importa al lado de esos tres puntos que el españolismo tanto necesitaba.
El partido era ya uno de esos en los que no está permitido fallar y el técnico lo fio todo a su once habitual, al que ayer regresaba un Mario Hermoso ya limpio de tarjetas. La hora de la plantilla, como gusta decir al técnico, ya llegará –si llega– el jueves ante el Tenerife en la Copa. Confiaba Quique, eso sí, en que su equipo anoche ofreciese algo más que buenas sensaciones. Total, el escaso público que anoche desafió al frío y la humedad de Cornellà también estaba más por el resultado que por el espectáculo.
La ausencia de Baptistão, aún no recuperado del encontronazo que tuvo ante el Valencia la pasada jornada, despejó las dudas de un técnico que volvió a alinear a Sergio García arriba, como pareja de Gerard Moreno, para que Jurado volviese a ocupar la banda derecha. Así fue como el Espanyol dominó a placer al segundo clasificado de la Liga, por más que fue incapaz de marcarle.
Y como hace una semana, los blanquiazules volvieron a llevar la iniciativa y a hacerse con el control del partido desde un principio. Para volver a jugar el mismo partido que tantas veces ha jugado el Espanyol. Un partido bonito, de buen juego, pero ineficaz. Y para que el guion no fuese diferente que el de otras ocasiones, Guaita ya tenía que lucirse para despejar un disparo en carrera de Aarón en la primera acción ofensiva local y Hermoso disponía de una ocasión clarísima de gol cuando acababan de cumplirse los diez minutos de juego, pero su cabezazo lo repelía el larguero. Demasiada emoción estéril la que ha vivido ya el españolismo en lo que va de temporada.
Lo siguiente era ver cómo en su incapacidad por ver puerta, los blanquiazules acabasen viendo cómo su rival, sin prácticamente intentar nada, acababa encontrando el premio de la forma más tonta. Y el Getafe, ciertamente, pudo haberse ido al vestuario ya con un gol a favor si sus dos hombres en punta, Ángel y Jorge Molina, no se hubiesen hecho un lío y hubiesen convertido la ocasión más clara de esos primeros 45 minutos, un regalo del Espanyol, en todo un despropósito. Entre quiebros y pases de la muerte, acabaron fallando lo imposible de fallar para respiro de la grada. No se trataba de seguir intentándolo para volver a decir que el gol, con ocasiones, llegará. Esta vez Sánchez Flores decidió cambiar las cosas. Al menos, intentarlo. Y tras la reanudación recuperó a Marc Navarro para poder reubicar a Víctor Sánchez en el centro del campo. No es ya que el de Rubí firmase ayer una gran primera parte, sino que desde el lateral derecho es el jugador blanquiazul por el que más circula el balón. Para que diga después el técnico que no hace caso a la estadística.
El equipo, lógicamente, ganó garra. Aunque lo que le faltaba era gol. Y el gol, por fin, llegó como menos se le esperaba: en una acción a balón parado en la que Guaita pecó por omisión. Piatti botó al segundo palo una falta en el vértice izquierdo de la meta azulona, el balón rebotó en el área pequeña y Gerard Moreno lo llegó a rozar antes de que llegase a las redes. El Espanyol llevaba dos temporadas sin marcar un gol de falta directa, como bien lo pudo ser el de anoche, y esta campaña sólo había marcado uno en un córner. El balón parado le funcionó, paradójicamente, ante el equipo que más goles ha marcado esta campaña –siete– en este tipo de acciones.
La situación se ponía por fin bien para el Espanyol y Sánchez Flores, en lugar de ser conservador, respondió a los movimientos de banquillo que estaba obligado a realizar José Bordalás con otro movimiento valiente: Melendo por Piatti, para jugar con once españoles. Un dato tan curioso como efectivo para consolidar, sin brillo pero con oficio, la reacción.