El retorno de las empresas
Después de la dolorosa fractura social, quizás la consecuencia más grave hasta ahora del proceso independentista haya sido el traslado del domicilio de empresas catalanas a otras regiones, siempre dentro de España.
Y sustento esta gravedad en que si tras las elecciones no se despejan las dudas que han minado la candidatura de Barcelona a la sede de la Agencia Europea del Medicamento y no se serena el clima político en Catalunya es muy posible que este primer temblor, ejecutado con prisas, sea sólo el preámbulo de decisiones de mayor calado, como la deslocalización de actividades, el traslado de centros de decisión y servicios centrales y, en último término, el traspaso de procesos productivos.
En un corto espacio de tiempo, Catalunya se ha quedado sin la sede de sus dos entidades bancarias más importantes, Sabadell y CaixaBank, que han buscado la seguridad jurídica del marco regulatorio de la Unión Europea y el Banco Central Europeo; sin una de las principales empresas de energía, Gas Natural, y sin algunas firmas ligadas a la brillante historia económica de esta comunidad autónoma, como puede ser el caso de Codorniu, Catalana Occidente y tantas otras.
La chispa que ha producido esta deflagración ha sido la aprobación de leyes que vulneran los marcos de referencia –constitucional y autonómico–, la organización de una consulta sin garantías democráticas y la desobediencia sistemática al Ejecutivo y al Tribunal Constitucional. La inseguridad jurídica y la inestabilidad política, junto con la creciente congoja generada por la aspereza del conflicto político y social, han sido el fermento del temor que ha activado el éxodo y acelerado un doble proceso: la fuga financiera y el llamado efecto Montreal, la fuga de empresas. ¿Se fueron para no volver?
Desde el principio, el independentismo quitó importancia al traslado de sedes porque, como ha concluido en un hotel cerca de Brujas, el fugitivo en jefe: “Hay que desdramatizar lo que es el diseño de una estrategia política de miedo económico”. Lo malo es que, después de sacudirse la mosca, se ha quedado tan ancho.
La inestabilidad que inevitablemente han provocado las dos ultimas huelgas, la presencia en la ciudad de los comités de defensa de la república; la huida a Bélgica del expresidente, desde donde ha tachado a la UE de “club de países decadentes”, y, finalmente, el desvarío que, bajo diferentes máscaras y siempre con mucha resonancia pública, no cesa son factores que no han contribuido precisamente a asentar una estabilidad que pudiera atenuar la fuga de las empresas. El goteo ha continuado después de la aplicación del 155 y los secesionistas han seguido afirmado con rotundidad que no se trata de deslocalizaciones.
El Gobierno ha echado un cable a las compañías cuyos estatutos requerían la aprobación de la junta de accionistas para cambiar el domicilio social. Y lo ha hecho, a petición de las empresas, a través de un decreto, que facilitaba la salida exprés, mediante la agilización del cambio de sede. A pesar de todas las evidencias, desde la vicepresidencia económica del gobierno catalán han negado que exista fuga empresarial; o, con respecto a los bancos, han dicho que han trasladado sus sedes a los Països Catalans.
Al evocar la posible trascendencia de esta cuestión, inmediatamente se nos viene a las mentes la experiencia canadiense, el traslado de empresas de Quebec a Toronto, en un contexto político similar, en aquel caso, el contexto de la inquietud generada por la pulsión independentista de Montreal. Han pasado 45 años y los efectos siguen coleando.
En Quebec, el auge del soberanismo coincidió con la huida generada por la inestabilidad creada por los propios secesionistas. Y la diáspora silenciosa de quienes veían la secesión como un problema y no esperaron a ver el resultado fue de no retorno. El caso es que antes y después de los dos referéndums por la independencia (1980 y 1995) la situación se saldó con el éxodo de 200.000 habitantes anglófonos y el traslado de sede de 700 empresas.
Aunque los que ansían la independencia ignoran ese negativo impacto económico, es incuestionable que la incertidumbre de los acontecimientos políticos ha tenido claras secuelas económicas. El dinamismo de Toronto frente a Montreal se explica por esta migración de poder.
Desde el mismo día en que se comenzó a hablar de independencia, la provincia canadiense ha venido sufriendo un prolongado declive económico y demográfico. Han pasado 45 años y los efectos del independentismo siguen coleando.
Cuando el independentismo empezó a mostrar músculo en Quebec tenía una connotación de izquierda radical, y esto tampoco contribuía a tranquilizar al mundo empresarial. Y el efecto Montreal se tradujo en el desplazamiento de centenares de miles de personas. Un senador canadiense lo expresó con acierto: “No es que necesariamente los inversores estuvieran disgustados con la idea de independencia, es que no les gustaba la inestabilidad”.
Por lo que respecta a Catalunya, el coste de la escapatoria no se apreciará hasta que transcurra un tiempo, pero los primeros parámetros del retroceso económico, que se palparán en que un número indeterminado de personas puede perder el empleo en los próximos meses, no tardarán en contabilizarse.
Frente a esto, los independentistas pretenden alterar la realidad a través del lenguaje, concebido como elemento de influencia en la acción ajena; cuando el presente no ayuda se crea un futuro esperanzador mediante el lenguaje. Pero la clave para el regreso de las empresas reside en algo tan difícil como devolverles la confianza.
Por mucho que hayan empezado las llamadas, pidiendo poner fin a la hégira, los movimientos independentistas generan muchas preguntas para las que no hay una respuesta precisa: ¿Qué pasará? ¿Cuál sería la relación entre Catalunya y el resto de España? ¿Y con la Unión Europea?
Al irse la localización jurídica y fiscal se han ido las cabeceras. Y junto a las cabeceras, las cúpulas de las empresas (presidente, consejero delegado, director financiero, sus equipos, los abogados que preparan las reuniones del consejo). Para que se acepte fiscalmente el cambio de domicilio, las empresas tienen que demostrar que han sacado actividad. Si no, las acusarían de fraude fiscal. Por eso la salida es real. Y como no se van a llevar a corto plazo los equipos productivos, se llevan las cabeceras. Y entonces ¿qué futuro les queda a los jóvenes que buscan carreras directivas? La salida deja el empleo vip fuera del alcance de los que se quedan.
Pronto veremos qué propuestas concretas hacen los partidos en sus catecismos de seducción electoral para poner fin a esta retirada nada heroica, colofón del fracaso soberanista. Esta tarea, animar efectivamente al retorno, no resiste el continuum de la colisión ni la ambigüedad infinita. Y no parece que los posibles incentivos para la reversión puedan ser remedios suficientes para sustituir a una respuesta firme a los interrogantes que siguen planeando acerca del pago de impuestos, los boicots, la financiación autonómica, la fractura social…Y, en último término, ¿qué pasará si un día se consuma la independencia?
Puede aceptarse que la política maquille la realidad con palabras huecas o ripios de albañilería, pero las sociedades que aspiren a la excelencia democrática deben censurar abiertamente la manipulación. Hay una sutil –y levísima– diferencia entre que nos hagamos los tontos y que nos tomen por tontos. Lo primero es indigno y lo segundo intolerable.
O se ofrece de forma clara y prolongada un marco seguro y sin tensiones o esas empresas –lamentablemente– no volverán. Y de lo que se trata es de que vuelvan. Éste es uno más de los aspectos que exige votar con reflexión en las próximas elecciones, porque tiene razón Carles Puigdemont, convertido en un penitente en Flandes, cuando dice que “son las elecciones más trascendentales y trascendentes de nuestra historia”. Y pierde la razón cuando concluye que “sólo el independentismo tiene legitimidad para gobernar”.
¿Cómo puede decir eso cuando se han ido de Catalunya, como consecuencia de su acción o inacción de Gobierno miles de empresas (no sabemos cuántas) y no se ha proclamado la independencia ni se ha puesto en marcha la república catalana? ¿No será que los protagonistas del chasco, hoy huidos o encarcelados (con la excepción de Santi Vila que, yéndose del Govern y de la política, también se ha deslocalizado) se han dedicado a construir una realidad paralela con cimientos de paja y verdades agrietadas, de arcilla expansiva?
La realidad es muy diferente al relato que se ha sembrado con empeño, y el balance de daños es muy elevado. Cuando se plantea el retorno, ¿cómo se va a arriesgar un banco a volver a sufrir un run de liquidez (estampida de retirada de depósitos)? ¿cómo lo hará quien dependa de inversores, prestamistas o clientes internacionales? El fracaso del intento independentista, que ha devenido en un default de credibilidad, puede ocasionar mayor daño que su victoria.
La razón aparente de que haya cundido el pánico en las empresas para huir de Catalunya es por la inseguridad y la incertidumbre que el proceso plantea. La razón filosófica es que huyen de los perdedores. El primer síntoma del efecto Catalunya ha sido que no volverá la agencia del medicamento. Y la primera víctima, el president legítim, “como el hombre en alta mar, lejos de la orilla, sin nada a que agarrarse”.
Al irse la localización jurídica y fiscal se han ido las cabeceras; y junto a las cabeceras, las cúpulas de las empresas
“Se equivocó la paloma | se equivocaba | Por ir al norte fue al sur | creyó que el trigo era el agua”