La Vanguardia

Otro mito que cae

Un estudio genético ha desvelado que los restos del yeti en realidad son de osos.

- BARCELONA Redacción

El yeti o abominable hombre de las nieves para los tibetanos –ellos le llaman jigou –el bigfoot para los estadounid­enses o el yowie para los australian­os es uno de los mitos más conocidos del mundo y, de momento, seguirá siendo eso, un mito para el que quiera creer en él.

Los pelos, dientes, huesos y excremento­s que algunos han querido atribuir a esta criatura a medio camino entre un simio bípedo gigantesco y un hombre de talla sobrehuman­a han pasado de nuevo –por si hiciera falta– por el filtro de la ciencia y, de momento, todo indica que en todos los casos se trataba de especies de osos ya conocidas y estudiadas, y hasta de un simple chucho. Y es que, según un nuevo estudio científico que ha publicado esta semana la revista Proceeding­s of the Royal Society B, jamás ha existido ni una sola pista que apunte a la existencia de algo remotament­e parecido al yeti.

Tampoco es la primera vez que se elaboran concienzud­os estudios científico­s sobre el supuesto hombre de las nieves (véase La Vanguardia de julio del 2014), pero quizás la investigac­ión que ahora se presenta sea la más detallada en el uso de análisis de ADN de muestras –recogidas desde 1930 hasta nuestros días– conservada­s en museos y coleccione­s particular­es. De hecho, los osos siempre habían estado en la quiniela de las hipótesis. En el 2012, un estudio conducido por el genetista Bryan Sykes, de la Universida­d de Oxford, se atrevió a aventurar que el yeti era un cruce entre oso polar y oso marrón, aunque incluso esta posibilida­d siempre había sido controvert­ida.

La investigac­ión ha sido liderada por un equipo de la Universida­d de Buffalo (Estados Unidos) y analizó nueve muestras de supuestos hombres de las nieves en diferentes localizaci­ones asiáticas, entre ellos huesos, dientes, piel, pelo y muestras fecales recogidas en Tíbet y el Himalaya.

Ocho de las muestras analizadas en el estudio procedían de osos negros asiáticos, osos marrones del Himalaya y osos marrones tibetanos, mientras que otra era de un perro, del que no se ha especifica­do la raza.

“Nuestros hallazgos sugieren de manera sólida cómo los apuntalami­entos biológicos de la leyenda del yeti se pueden encontrar en los osos de la zona”, señaló Charlotte Lindqvist, líder del informe.

Si hasta ahora –por increíble que pueda parecer– alguien aún mantenía la esperanza de que el yeti existiera era porque –según Lindqvist– los análisis habían sido más simples, y habían dejado muchas preguntas importante­s sin resolver.

Al final, más allá de descartar, quizás para siempre, la leyenda del abominable hombre de las nieves, el estudio ha tenido un aspecto positivo. Ha permitido descubrir informació­n sobre la historia evolutiva de los osos asiáticos. “Los osos de esta región son o bien vulnerable­s o se encuentran en peligro crítico desde una perspectiv­a de la conservaci­ón, pero no se conoce mucho sobre sus historia pasada”, indicó la investigad­ora.

De todos modos, parece improbable que el mito desaparezc­a en Nepal y Tíbet, donde se originó. Según Lindqvist, el yeti “es importante para la región del Himalaya y forma parte del folklore de la región”. A fin de cuentas, a la gente le encanta el misterio.

La investigac­ión ha permitido conocer informació­n sobre la evolución de los plantígrad­os de la zona

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