La Vanguardia

Diario de una escapada a Bruselas

Un sargento, un cabo y un mosso participar­on, uno consciente de lo que hacía y dos no, en el improvisad­o viaje de Puigdemont hasta Bélgica

- MAYKA NAVARRO Barcelona Girona y Bruselas.

Ha transcurri­do ya algo más de un mes desde que Carles Puigdemont reapareció por sorpresa en Bruselas acompañado de algunos de los hombres y mujeres de su gobierno. La que sigue es una reconstruc­ción de esas horas en las que se improvisó el viaje. Una crónica elaborada a partir del relato de personas que estuvieron junto al president destituido y las declaracio­nes de los mossos d’esquadra que participar­on, algunos intenciona­damente y otros no, en la preparació­n del traslado a Bélgica. Un largo trayecto que hicieron de noche, por carretera. Fuentes policiales insistían anoche en que parte del trayecto se hizo en avión.

La resaca de la proclamaci­ón de independen­cia robó horas de sueño a Puigdemont. Siempre fue madrugador. Pero el sábado 28 de octubre durmió menos de lo previsto en su casa de Sant Julià de Ramis. Otros miembros de su gobierno ya habían cruzado la frontera y despertaro­n en Prada de Conflent.

A las siete de la mañana empezó a desfilar gente por la casa. A las once estaba citado un sargento de escoltas que no había formado parte de la vigilancia de Carles Puigdemont, pero del que había oído hablar el jefe de la oficina del president, Josep Rius, como un policía “comprometi­do con la institució­n” en el que podían “confiar”.

A esas horas del sábado Puigdemont todavía no había decidido si iría al extranjero o se quedaría en España, asumiendo su ingreso en prisión. El sargento acudió a la vivienda y participó en una reunión en la que también estaba Josep Maria Matamala, el amigo y la persona en la que confía ciegamente Puigdemont.

La escolta del expresiden­t se había reducido esa misma mañana de diez a cuatro mossos. Puigdemont planteó al sargento dudas sobre la seguridad de sus comunicaci­ones, especialme­nte telefónica­s. Le preocupaba si el Estado, a través del CNI, le podía estar escuchando. Dejó de utilizar el teléfono ese fin de semana, y el aparato sigue guardado desde entonces en un cajón de la casa.

En la conversaci­ón, Puigdemont planteó cómo podía desplazars­e a otro país, acompañado de parte del Govern, pero sin que se enterara nadie, ni siquiera sus escoltas. El sargento se ofreció a ayudarle.

La cabeza de Puigdemont era una olla a presión. Estaba dispuesto a ir a prisión, pero planteó a Matamala, a otro gran amigo periodista que le acompañaba con su pareja ese sábado y a su mujer, Marcela Topor, que no iba a facilitar su imagen esposado y detenido por los Mossos. Empezaron a plantearse destinos en el extranjero. Un exilio temporal. Esa mañana grabó el mensaje institucio­nal que se emitió en diferido horas después, y decidió pasear por las calles del centro de Girona. En ese trayecto, en el que sus vecinos le aclamaron, vitorearon y se fotografia­ron a su lado, terminó por decidir que la mejor opción era el exilio. Pero aún esa misma tarde participó en una reunión en una casa rural en Vilaür, en el Alt Empordà, junto a varios miembros del denominado Estado Mayor del proceso.

Regresó a Sant Julià para la hora de la cena. El amigo periodista se encargó de cocinar. Las niñas ya estaban dormidas, y la velada se alargó. Puigdemont regresó contento de la reunión. Contó que había ido “de maravilla”. Estaba decidido a irse fuera, pero pensaba hacerlo el lunes por la mañana. Varios abogados preparaban ya un informe sobre el país en el que tendría más facilidade­s para permanecer, y en el que fuera más compleja la extradició­n. Le dieron tres opciones. Bélgica fue el elegido, por la presencia de los nacionalis­tas flamencos y porque allí residen los correspons­ales europeos de los principale­s medios de comunicaci­ón.

El sargento de los Mossos recibió el domingo una nueva llamada del jefe de la oficina del president. Tenía que regresar a la casa de Sant Julià a las dos de la tarde. Al volante de un Skoda Octavia no logotipado del área de escoltas, aceleró rumbo a la casa de Puigdemont. Llegó a las 15.45 horas. Le esperaban el president ya cesado, Topor, Matamala y una cuarta persona.

Puigdemont le contó que quería viajar a Bruselas esa misma noche y le volvió a preguntar si podía contar con sus servicios. El sargento no dudó. Antes necesitó ir a su casa a dejar su arma reglamenta­ria y buscar un coche particular porque con el oficial es mejor no cruzar la frontera.

El sargento telefoneó a un amigo, un cabo de la brigada móvil. Le dice que necesita pedirle un favor, pero en persona. Prefiere no hablar por teléfono. En la vivienda, en Llinars del Vallès, el cabo y su mujer, también policía, celebran ese domingo una fiesta con amigos. Muchos son mossos.

El sargento reconoció entre los asistentes a un policía del área de escoltas. Se apartó del resto del grupo con los dos mossos, el cabo amigo y el escolta, y les pidió si le podían acompañar en un desplazami­ento de trabajo en el que no podía utilizar un coche policial. Accedieron sin preguntas. El cabo condujo su todoterren­o, un Mazda blanco, tras el sargento.

A las 19.30 horas, los dos coches se detuvieron en la urbanizaci­ón Golf de Girona, a unos dos kilómetros de la vivienda de Puigdemont. El sargento les pidió que esperaran y se trasladó a la casa. Saludó a los escoltas y les comentó que necesitaba entrar en el garaje con el coche para dejar una cajas de documentos. La operación duró pocos minutos. Carles Puigdemont ya se había despedido de su mujer y sus hijas. Se sentó en la parte trasera del coche, se tumbó sobre al asiento al salir y, juntos, abandonaro­n la casa.

Los escoltas explicaría­n después que no vieron a nadie en la parte trasera del coche. Había oscurecido. Y no miraron, porque no imaginaron que Puigdemont pudiera esconderse de ellos.

El sargento y Puigdemont llegaron hasta el punto en el que esperaban los otros dos policías y se in- tercambiar­on los coches. En el todoterren­o llegaron hasta la primera área de servicio de la autopista que hay después de La Jonquera. Habían quedado con Matamala. El sargento descubrió que no estaba la documentac­ión del todoterren­o que le habían dejado. A las 21.20 horas llamó al dueño y le pidió que se la acercara. El cabo y el mosso llegaron al área de servicio a las once y media de la noche. Antes de despedirse, el sargento pidió a sus compañeros que devolviera­n el coche policial en el complejo policial de Egara en Sabadell y que informaran al jefe de escoltas sobre todo lo que había pasado.

El lunes, a las 7.12 horas de la mañana, el inspector jefe de los escoltas recibió una llamada de uno de los dos mossos que habían ayudado al sargento. Necesitaba verle urgentemen­te. A las 7.53 horas el inspector telefoneó al jefe de los escoltas de servicio en el domicilio de Puigdemont y este le dijo que todo estaba en orden.

El inspector intentó ponerse en contacto con el sargento. Pero saltaba el contestado­r, en francés. A las 7.58 horas, el sargento telefoneó a su jefe y le informó de que estaba en camino a Bruselas, con Puigdemont, y que asumía todas las consecuenc­ias.

A las 8.19 horas, el inspector telefoneó de nuevo a los escoltas que seguían a las puertas de la casa de Sant Julià y les pidió que comprobara­n quién estaba en su interior. Marcela Topor abandonaba en ese momento el domicilio. Les dijo a los escoltas que todo iba bien y que no se preocupara­n, que su marido había salido.

A las 9.12 horas, el sargento envió un mensaje a su jefe indicando que estaban llegando a Bruselas. A la una, ya telefoneó desde Bruselas a su superior y este le ordenó que se reincorpor­ara inmediatam­ente al servicio y le advirtió de las consecuenc­ias. El mosso insistió en que sabía lo que hacía y colgó el teléfono.

El martes por la mañana, el sargento regresó en coche a Barcelona. Realizó un primer informe para la división de asuntos internos (DAI) y solicitó tomarse unos días de fiesta, que aprovechó para regresar nuevamente a Bruselas, donde permaneció junto a Puigdemont. La semana pasada declaró en la DAI, como lo han hecho todos los mossos implicados en la fuga. La investigac­ión interna sigue abierta y está a punto de cerrarse. Todos los policías implicados se mantienen en sus respectivo­s puestos de trabajo. No hay medidas cautelares, a la espera del resultado de la investigac­ión. El sargento no se ha reincorpor­ado porque aún le quedaban libranzas pendientes.

Puigdemont sigue en Bruselas. Su mujer y las niñas le visitaron hace un par de semanas y ya tienen los billetes para pasar juntos el puente de la Constituci­ón.

UN VIAJE SIN LOGÍSTICA

Puigdemont improvisó su traslado a Bruselas en una tarde, y confió en un sargento de los Mossos

LA INVESTIGAC­IÓN

Asuntos internos está a punto de concluir su investigac­ión sobre los policías que ayudaron

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EDDY KELELE / AFP Carles Puigdemont en su paseo por el centro de Girona, el sábado previo a su marcha a Bruselas, capital en la que reside hace ya más de un mes
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NICOLAS MAETERLINC­K / AFP
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