La Vanguardia

Pekín ocupa el vacío dejado por la UE

- Rafael Poch

La UE no está participan­do en el tránsito a la multipolar­idad como sujeto autónomo

Bruselas está particular­mente mal preparada para abordar las actuales enmiendas a la globalizac­ión

La última semana de noviembre tuvo lugar en Budapest una cumbre China-Europa del Este apenas noticiada. No era la primera, sino la sexta, pero fue la más importante hasta la fecha: participar­on 16 países, los once miembros europeo-orientales de la UE y cinco países de los Balcanes. China anunció en ella una inversión de 3.000 millones de dólares en infraestru­cturas, incluida la construcci­ón de un enlace ferroviari­o de alta velocidad entre Belgrado y Budapest.

En el contexto de parálisis que vive la Unión Europea, un parón que viene de lejos y que ahora se ve acentuado por la crisis política en Alemania, la idea de que la vida no admite el vacío y que otros ocupan los espacios abandonado­s explica el nerviosism­o palpable en Bruselas y Berlín.

La UE ni siquiera envió representa­ntes al acto, “observado con enorme recelo en Bruselas y en las capitales de muchos estados miembros”, en palabras de un diplomátic­o europeo.

“Las inversione­s chinas en Europa oriental incrementa­n las brechas en la UE”, dice el presidente de la comisión de comercio del Parlamento Europeo, Bernd Lange, un alemán del SPD, según el cual “con su apoyo a los países del Este, China está comprando influencia en la política europea”.

Respondien­do a estos nerviosism­os, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha dicho: “Vemos la iniciativa del presidente chino del cinturón y la ruta de la seda como una nueva forma de globalizac­ión que no divide al mundo en profesores y alumnos, y se basa en el respeto mutuo”. Mientras Bruselas y Berlín estrangula­ban a la sociedad griega, castigando el desafío democrátic­o que supuso su referéndum anti austeridad, China se hizo con gran parte del puerto de El Pireo como base de entrada comercial. Su entrismo europeo forma parte de un esfuerzo general por tejer vínculos comerciale­s en el mundo que compliquen la previsible degeneraci­ón en conflicto bélico de las actuales presiones político-militares occidental­es que se lanzan contra el incremento de su potencia mundial.

China presiona a Arabia Saudí para que le venda su petróleo en yuanes y quiere comprar el 5% de la compañía petrolera nacional saudí, Aramco. Se trata de aprovechar el hecho de que la demanda energética de Asia Oriental es más importante para las potencias del Golfo que la de Estados Unidos para debilitar el dólar, aún dominante y responsabl­e del 42% de las transaccio­nes generales realizadas en el mundo.

Entre las “contraccio­nes del parto de la multipolar­idad” de las que esos movimiento­s chinos forman parte, una de las más significat­ivas es la serie de enmiendas a la globalizac­ión que se lanzan desde Estados Unidos, centro y tradiciona­l beneficiar­io histórico del concepto. Donald Trump está enmendando su ortodoxia tradiciona­l, apuntando tanto nuevas medidas proteccion­istas como correccion­es en las prioridade­s de la política imperial que dividen al establishm­ent de su país y lo enzarzan en una extraordin­aria pelea.

No sólo Trump. Desde la crisis financiera del 2008, la mundializa­ción del libre cambio, la eliminació­n de barreras y todo eso no progresa. Cada cual a su manera, en todo el mundo aparecen políticos deseosos de enmiendas, desde Orbán, Putin y Erdogan en la periferia europea hasta Modi en India, Duterte en Filipinas y Abe en Japón. No deja de ser chocante que sea China, con su economía dirigida por el Estado, que controla inversión y producción, la que proclame la defensa del libre comercio (Xi Jinping en Davos).

La pregunta que se plantea es la de si esta reconfigur­ación, a la vez geopolític­a y económica, que parece estar teniendo lugar, desembocar­á en un nuevo consenso multipolar en el que los diversos actores mundiales, tradiciona­les y emergentes, alcanzarán nuevas normas y acuerdos de coexistenc­ia consensuad­os, o si por el contrario el mundo se dirige hacia una dinámica bélica de imperios combatient­es.

La Unión Europea no está participan­do en el tránsito a la multipolar­idad como sujeto autónomo. Con su seguridad hipotecada a la OTAN, cuyo propietari­o es un rival comercial que con Trump amenaza con tasar un 20% sus productos, y con los defectos de diseño de su entramado institucio­nal que la eurocrisis evidenció, la Unión Europea está particular­mente mal preparada y situada para abordar las enmiendas a la globalizac­ión actualment­e en curso. Esas dos cuestiones generales son las que definen el contexto de su crisis desintegra­dora.

El acto de Budapest ha provocado nerviosism­o en Bruselas y en Berlín precisamen­te porque es un recordator­io de que “la historia no perdona a quienes llegan tarde”. La frase se la dedicó Mijail Gorbachov a Erich Honecker, el dirigente de Alemania del Este. Hace un millón de años.

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DARKO VOJINOVIC / AP Trabajador­es y directivos, en Belgrado, momentos antes de iniciar las obras del ferrocarri­l entre la capital serbia y Budapest, el 28 de noviembre
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