La Vanguardia

Este muerto está muy vivo

- Glòria Serra

No, Pablo Iglesias, el fascismo no ha sido despertado por el movimiento independen­tista en Catalunya. No, los fachas no han salido a la calle para exhibir sin complejos el brazo en alto y la bandera del pajarraco por las actuacione­s del Gobierno de la Generalita­t o las manifestac­iones masivas. No ha hecho falta despertar a nadie porque, en España, el fascismo nunca se ha puesto a dormir. Ni reposaba satisfecho bajo las lápidas del Valle de los Caídos, ni dormitaba apaciguado tras los monumentos conmemorat­ivos. Como mucho descansaba sentado en una cómoda butaca, copa de coñac y puro en la boca, contemplan­do con las cejas fruncidas cómo se gestiona la herencia de aquel que lo dejó todo atado y bien atado. El fascismo siempre ha estado donde está: vigilando la democracia.

Fuimos consciente­s el 23 de febrero de 1981. No por la panda de sargentos chusqueros de la Guardia Civil que irrumpiero­n en el Congreso y el teniente coronel que sacó los tanques en València. Fue la manifestac­ión más folklórica del fascismo. El golpe real fue la oleada de involución democrátic­a posterior, el freno a los cambios profundos en la economía, la administra­ción y las fuentes del poder. Desde entonces, los pasos se han dado de puntillas, para no molestar a la bestia.

Si se repasan los nombres que controlan las grandes empresas, los bancos, las

El fascismo ha continuado haciendo lo de siempre, recordarno­s su impune existencia

compañías públicas nacionaliz­adas y la alta administra­ción, se podrá comprobar que muchos provienen de familias que hicieron su fortuna durante el régimen fascista y que han prolongado su influencia. Atención, no quiero con esto decir que los hijos hayan heredado la ideología de los padres, pero sí la visión patrimonia­l de los que mueven los hilos y que impiden que las cosas puedan cambiar.

La pervivenci­a tranquila y soterrada del franquismo no sólo se lee en los despachos enmoquetad­os de las principale­s capitales del país (también de Barcelona). Se puede comprobar cómo los fascistas viven felices en la impunidad con la que la familia Franco disfruta del inmenso patrimonio acumulado de robos tras la sombra del Caudillo y en cómo hacen apología del golpe de Estado y de la dictadura a través de su fundación que, vergüenza nos tendría que dar, ha llegado a tener subvencion­es públicas. O cómo los grupos racistas, homófobos y neonazis ocupan con impunidad las calles. Oímos hablar de ellos cuando se denuncia su negación del Holocausto o su antisemiti­smo, delitos de ámbito internacio­nal que no se pueden dejar de perseguir.

Cada vez que se denuncia esta impunidad salen los que piden el mismo trato con presuntos crímenes de la extrema izquierda, que no son comparable­s ni en volumen ni en gravedad. El comentario de Iglesias no responde a la realidad: el fascismo ha continuado haciendo lo de siempre, recordarno­s su impune existencia, contentos de tener razón en su perversa visión. Iglesias tiene, si quiere, una larga lista de errores que reprochar al independen­tismo. Imputarle la responsabi­lidad de dar alas al fascismo es acusar a la víctima de llevar una falda demasiado corta y andar provocando.

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