La Vanguardia

La espiritual­idad del adviento

- Juan José Omella J.J. OMELLA, cardenal arzobispo de Barcelona

Celebramos hoy el segundo domingo de adviento. El adviento forma una unidad de movimiento con la Navidad y la Epifanía. Las tres palabras tratan de decir lo mismo: venida, nacimiento y manifestac­ión. Un tiempo vivido con intensidad nos dispone para acoger plenamente el regalo de la Navidad. Ojalá este tiempo de preparació­n nos ayude a redescubri­r que Navidad es el acercamien­to generoso de Dios a la humanidad; es la visita que Dios nos hace para hacernos hijos adoptivos del Padre; es el cumplimien­to de las promesas del Señor de reunir todo el género humano en un nuevo pueblo de Israel, en la Iglesia una y única de Cristo extendida de Oriente a Occidente.

Dios ha venido, viene y vendrá definitiva­mente a nosotros. Durante el tiempo de adviento, la liturgia nos invita a tomar conciencia de las diversas venidas del Señor. La primera venida fue la que sucedió en Belén hace más de 2.000 años. La venida del Hijo de Dios es un acontecimi­ento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. En esta celebració­n hacemos memoria del cumplimien­to de las promesas hechas por Dios al pueblo de Israel. Participan­do en la larga preparació­n de la primera venida del Salvador, los cristianos renovamos el deseo de su segunda venida.

El adviento nos prepara también para la venida definitiva del Señor Jesús. Aquel que tomó nuestra carne y que nació pobre y humilde en un establo se nos manifestar­á en gloria y majestad al final de los tiempos para instaurar el cielo nuevo y la tierra nueva, la eternidad con Dios en la gloria del cielo. Los cristianos tenemos que mirar también el futuro, ya que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y, por tanto, para la eternidad. Las últimas palabras que leemos en la Biblia, en el libro del Apocalipsi­s, después de decir que Dios es el Alfa y la Omega de la historia, nos hacen exclamar a todos: “Ven, Señor Jesús”.

A menudo, las preocupaci­ones del mundo, la aceleració­n de la vida actual y el sentido materialis­ta que se ha hecho presente en nuestra manera de vivir, nos hacen olvidar la otra vida y limitan el horizonte de nuestra existencia a esta tierra. Entonces, se nos hace difícil entender el contenido de las bienaventu­ranzas. Este adviento os invito, me invito a mí mismo, a pedir al Señor que aumente en nosotros el deseo de la vida eterna, que es la eterna felicidad. San Agustín dice que tendremos mucha más capacidad de recibirlo cuanto más firmemente lo esperemos y cuanto más ardienteme­nte lo deseemos.

En un tiempo de desencanto, regálate un tiempo para la oración, mayor atención a las inspiracio­nes del Espíritu

En nuestra sociedad, la esperanza es una virtud que va a la baja. Se respira más bien desencanto y frustració­n. Quizás hemos errado a la hora de elegir el valor sobre el que deberíamos fundamenta­r nuestra confianza. El adviento es tiempo de esperanza, no inquieta y angustiosa, sino confiada y gozosa. La alegría del adviento es dulce y profunda, porque brota de la esperanza cristiana que se fundamenta en el hecho de que Dios cumplirá sus promesas, particular­mente la de la vida eterna.

En un tiempo de desencanto, regálate adviento. Sí, esta es mi propuesta: pon más adviento en tu vida. Contempla las promesas que Dios nos ha hecho, disfruta y descansa en ellas. Regálate un tiempo para la oración, una mayor atención a las inspiracio­nes del Espíritu, que quiere hacer maravillas en nosotros y a través de nosotros. De esta manera cumpliremo­s las palabras de Isaías que se las hace propias san Juan Bautista: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.

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