Ir a votar con espíritu navideño
Pilar Urbano entrevistó un día a Severo Ochoa, premio Nobel de Fisiología y Medicina. ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte? ¿Me puede explicar por qué al atardecer se pone usted triste?, le interpeló la periodista.
Ochoa escuchaba, pensó un rato. Después dejó caer un lacónico “No sé”. Al final se puso en pie, y soltó una tremenda confesión: “No tengo ni una sola respuesta para nada de lo que de verdad me interesa. Puedes escribir bien grande que te he dicho que soy un extraño sabio. Un sabio que no sabe nada”.
El premio Nobel confesaba que la ciencia no da respuesta a las preguntas finales. Explicará con detalle y profundidad el proceso biológico de cómo llegamos al mundo y cómo desaparecemos, incluso logrará alargar la vida, pero jamás nos podrá explicar por qué estamos, por qué nos vamos y qué hay detrás de todo esto. Por otro lado, la reflexión de Ochoa iba más allá: se centra en lo que de verdad le interesa, reconoce lo que es sustancial.
Y esto ¿qué tiene que ver con las elecciones?, se preguntará el lector. Porque estamos ante los comicios del día 21, unánimemente reconocidos como muy importantes para Catalunya, para toda España, y con influencia en Europa. Aunque andamos ya saturados de días presuntamente “históricos”, no pocos consideran trascendentales las votaciones del 21 porque para un porcentaje elevado de catalanes el procés ha sido el eje central de su vida y actuación en los últimos años, hasta el punto de convertir la independencia de Catalunya en su horizonte poco menos que único. A sensu contrario, los que lo rechazan se han movilizado con idéntica vehemencia en meses recientes para pararles los pies y mantener la unión Catalunya-España.
La reflexión de Ochoa puede ayudar a unos y otros a desdramatizar, a relativizar. Son comicios realmente importantes y todas las opciones son legítimas si se expresan con respeto. Pero la vida no acaba ahí. La ciencia no da solución a todo, y la política tampoco. Al margen de cualquier posición, es personal y socialmente insano haber ocupado este país durante años con un monotema convertido en cosmovisión que ha abocado a que las relaciones entre las personas se hayan resentido, que la división entre la gente sea grande, sobre todo en esta última etapa.
Urge contribuir a normalizar la convivencia. Estamos en campaña electoral, que no crea precisamente situaciones y momentos propicios para la concordia, pero tampoco puede caerse en un determinismo
La Navidad invita a desterrar el odio acumulado en los últimos tiempos y a ir a votar el día 21 con el ánimo renovado y purificado
frente al que nada se puede hacer. Las personas podemos dar el vuelco a estadios en que la emotividad lo embarga todo. En primer lugar, tener la capacidad de dudar. Con la honradez de estar dispuestos a escuchar o leer argumentos de los que defienden opciones políticas contrarias. Nadie puede atribuirse tener toda la razón. Y al votar, hacerlo en positivo, a quien sea. Como dice Daniel Innerarity en su libro La política en tiempos de indignación, se vota más en contra de (tal) que a favor de (cual). Esto ocurre de manera frecuente, pero se dispara en tiempos como los que vivimos y en situaciones políticas como las que atravesamos.
De forma particular, desterrar todo odio. No es poco el rencor acumulado, que desde todas las tendencias algunos han intentado avivar. Si el lector aún no lo ha hecho, sugiero que en los días previos a la votación, que coinciden con los de la Navidad, haga el belén en casa y medite los mensajes de la venida al mundo del Niño Dios. Amor, concordia, ayuda a los demás, alegría, paz, sobriedad, generosidad, humildad… E ir a votar el día 21 con el ánimo renovado y purificado. No tiene por qué cambiar el voto previsto, pero a lo mejor dirigirá una sonrisa con expresión de cariño y respeto al interventor de un partido opuesto que esté fiscalizando la mesa electoral. Y por la noche, al conocer los resultados, podrá sentir alegría o entusiasmo, pena y hasta enfado, pero en cualquier caso ahí está la sentencia de santa Teresa: “Nada te turbe, nada te espante, quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”.
Ah, y cuando haga el belén ponga la ilusión del niño. Puede ser una representación muy sencilla, pero que no falten las figuras fundamentales, sean clásicas o modernas. Eso sí, no un esperpento como los que en los últimos años contemplamos en la plaza Sant Jaume. Tenga un poco más de nivel y buen gusto que el Ayuntamiento de Barcelona.