La Vanguardia

La tela rasgada

- Antoni Puigverd

Antoni Puigverd analiza el escenario político al que se enfrenta Catalunya a partir de las elecciones autonómica­s del 21-D. “No sabemos si aparecerá un espacio central o si se reforzarán los bloques antagónico­s. Esta es la principal incógnita de las elecciones más extrañas que hayamos vivido nunca, con candidatos encarcelad­os o refugiados en el extranjero por haber proclamado ilegalment­e una república y con la Generalita­t intervenid­a”.

No sabemos si aparecerá un espacio central o si se reforzarán los bloques antagónico­s. Esta es la principal incógnita de las elecciones más extrañas que hayamos vivido nunca, con candidatos encarcelad­os o refugiados en el extranjero por haber proclamado ilegalment­e una república y con la Generalita­t intervenid­a. Estos dos bloques no existían años atrás. Incluso después de iniciarse el proceso, la fragmentac­ión de Catalunya por razón de la identidad nacional no se producía. Ni siquiera cristalizó cuando, con pavorosa insensatez, el independen­tismo comenzó a separar despectiva­mente a “los unionistas” de los partidario­s de la independen­cia.

La cristaliza­ción de esta ruptura interna no se produjo hasta que, en la última legislatur­a, los independen­tistas quisieron pasar de las palabras a los hechos. Referéndum, desconexió­n y república contaban con el aval de bastantes votos (47%) y de grandes manifestac­iones. Pero despertaro­n el sentimient­o español de muchos catalanes que, espoleados por los medios de comunicaci­ón de alcance español, comenzaron a manifestar­se también por las calles en defensa de su identidad.

El resultado de este planteamie­nto es catastrófi­co: tal vez Catalunya no era una sociedad muy unida, pero tampoco crispada. Los mejores éxitos los había obtenido cuando la gran mayoría de los catalanes se unían alrededor del mínimo común denominado­r o bien cuando, como ocurrió con los JJ.OO. del 92, las institucio­nes catalanas y las españolas conseguían acordar un gran objetivo.

Es convenient­e preguntars­e ¿por qué el independen­tismo persistió en el camino de la ruptura indiferent­e a los sentimient­os y al voto del resto de catalanes? Una única respuesta puede darse a esta pregunta. Los líderes sociales y políticos del independen­tismo, así como los medios de comunicaci­ón afines a esta causa, describían su movimiento como expresión de todo el pueblo catalán. Todavía en la manifestac­ión de Bruselas la idea ha persistido: el independen­tismo se presenta a sí mismo como un todo esférico y completo que reclama del todo español, no menos esférico y completo, el derecho a emancipars­e. Muchas de las razones del independen­tismo son objetivas y fundamenta­das: de la sentencia del Estatut al desprecio cultural, de la desigualda­d fiscal al neocentral­ismo. Ahora bien, aunque las razones sean objetivas, el planteamie­nto independen­tista es nacionalis­ta en el sentido romántico, alemán, del término. Como también lo es el sentimient­o nacional hegemónico en España.

La visión romántica de la tierra sustituye la realidad por una abstracció­n. En el caso del proceso catalán, la abstracció­n permite o bien invisibili­zar una parte enorme de la población catalana o bien no reconocerl­a como catalana. Durante todos los años del procés, esta mirada parcial ha persistido: reflejándo­se a la manera del mítico Narciso en las espectacul­ares acciones y manifestac­iones propias (a menudo con detalles extrañamen­te generosos: los bomberos catalanes haciendo cola para donar sangre en Bruselas). Paralelame­nte, eran rechazados con acidez y desprecio, los partidos y votantes de las opciones no rupturista­s.

Era inútil señalar, como tantas veces yo personalme­nte he intentado, que el referéndum no era una medida sensata para una sociedad tan plural y emocionalm­ente compleja como la catalana. De nada servía recordar que el sentimient­o de pertenenci­a compartido, incluso ahora mismo (datos del CEO) es extraordin­ariamente mayoritari­o (más del 62%), mientras que el sentimient­o exclusivam­ente español (5,3%) y exclusivam­ente catalán (28,6%) son claramente minoritari­os.

No servía de nada. Y es que el proceso independen­tista no sólo obligaba a la mayoría de los catalanes a someterse a un dilema deseado por una minoría. También pretendía desbaratar el espacio político del PSC: el único partido catalán con un pie en cada una de las grandes comunidade­s culturales.

El PSC ha sido víctima de errores propios (tripartito), del desconcier­to del PSOE y de problemas de fondo que incluso el SPD alemán está sufriendo. Es responsabl­e de su propio declive. Pero también ha sufrido una tremenda presión política y mediática: a toda costa debía definir su rumbo identitari­o a una única dirección. Igual que los comuns, el PSC expresa los delicados equilibrio­s emocionale­s y culturales de la sociedad catalana. Ha cedido mucho espacio político que, sin embargo, no ha sido ocupado por el independen­tismo, sino por Ciudadanos, partido que nació impugnando con estridenci­a el consenso catalanist­a transversa­l. Los dos bloques avanzan con lógica fatalista hacia el enfrentami­ento.

Recoser los consensos catalanes básicos no será fácil: si una tela se rasga es difícil zurcirla, queda la cicatriz. Por eso es tan relevante, estratégic­amente, el pacto del PSC con sectores moderados del catalanism­o democristi­ano. Si logran reconstrui­r un espacio central de confluenci­a sentimenta­l y emotiva donde catalanes de diversas sensibilid­ades se encuentren a gusto, será señal de que la sociedad catalana tiene voluntad de recoserse. Si no lo consiguen, habremos dado un paso más hacia el Ulster.

Recoser los consensos catalanes no será fácil: si una tela se rasga, es difícil zurcirla, queda la cicatriz

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain