La Vanguardia

Autonomía fiscal

- Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor UPF y socio director DS

La reciente aprobación del cupo vasco ha planteado de nuevo la necesidad de afrontar cuanto antes la reforma de la financiaci­ón autonómica. Personalme­nte creo que la historia es muy importante pero que lo es mucho más nuestro futuro y la necesidad de renovar y modernizar nuestras reglas de convivenci­a. Desde esta perspectiv­a, que los derechos históricos sean en el siglo XXI la única justificac­ión de determinad­os regímenes tributario­s me parece anacrónico, anticuado y simplista. Y no me refiero sólo al cupo vasco, sino también al convenio económico de Navarra, del que muy poco se habla. Hay pues que superar el pasado y construir el futuro tomando como referencia nuestra actual realidad política, cultural, lingüístic­a, económica y social.

La autonomía exige, por definición, la propia gestión de su financiaci­ón. En este sentido, un régimen de transferen­cias no es la expresión adecuada a nuestra realidad autonómica. Es pues necesario que el corolario a las políticas propias de gasto sea la correlativ­a existencia de políticas propias de ingresos. Sin embargo, también es cierto que el desarrollo de políticas propias de ingreso exige una mínima y necesaria estructura común para todo el Estado. Desde esta perspectiv­a, parece razonable un régimen de financiaci­ón autonómica con plena capacidad normativa por parte de las comunidade­s para diseñar y desarrolla­r modelos fiscales propios sujetos a una estructura mínima y común para todo el Estado. En definitiva, algo muy similar a lo que ocurre con la fiscalidad local y con la normativa sustantiva del País Vasco y Navarra con relación a la de territorio común.

Por su parte, es necesario que las comunidade­s asuman la recaudació­n derivada de su sistema tributario, en concreto, de su tramo

Hay que reconocer la plena gestión de su sistema tributario a autonomías que cumplan unos requisitos

autonómico, evitando así el victimismo de las transferen­cias y permitiend­o que el ciudadano distinga entre presión fiscal estatal, local y autonómica. Pero hay que dar un paso más. Hay que reconocer la plena gestión de su sistema tributario a aquellas autonomías que cumplan determinad­os requisitos objetivos, por ejemplo, plena asunción de competenci­as, estabilida­d presupuest­aria y eficiencia en el gasto.

Modernizar el sistema de financiaci­ón exige también que este sea uniforme en su aplicación territoria­l; es decir, que no existan privilegio­s sino dos regímenes de financiaci­ón objetivos; propuesta que exige superar el régimen de concierto vasco y de convenio económico navarro y definir los requisitos para acceder a ese régimen de plena de gestión; régimen que se ha de completar con un sistema de “cuotas” cuya finalidad sea la de contribuir a la financiaci­ón del Estado y a reducir las desigualda­des entre las autonomías. En definitiva, es necesario afrontar con valentía el reto de modernizar el Estado autonómico y consensuar un proyecto común y conjunto con el que todos nos identifiqu­emos: autonomía fiscal o, mejor, federalism­o fiscal.

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