La Vanguardia

Un altar en llamas

- Enric Juliana

Tercer y último capitulo sobre la huella del carlismo en el actual momento político catalán. Nos vamos a Olot. Vamos a hojear los recuerdos del escritor y pintor Marià Vayreda, que sirvió como oficial de estado mayor del general Francesc Savalls, caudillo del carlismo catalán. Hijo de la pequeña nobleza rural de la comarca de la Garrotxa, Vayreda recopiló en un libro titulado Records de

la darrera carlinada (1898) algunas de sus impresione­s sobre la tercera guerra carlista. No es la obra de un fanático con trabuco. Melancólic­o, fino e incluso irónico, Vayreda explica sus vivencias en un mundo desencajad­o. Ni le gusta la guerra, ni le entusiasma lo más mínimo el nuevo orden que traen los liberales. El memorialis­ta narra con horror cómo las tropas liberales se han acuartelad­o en la iglesia de Sant Esteve de Olot, una de las ciudades más devotas de Catalunya. Una ciudad llena de talleres de imagenería.

Los santos se fabricaban en la capital de la Garrotxa y las tropas liberales acuartelad­as en Sant Esteve hacían puntería con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, colgados encima del altar. “En la espaciosa nave del templo –escribe Vayreda– resonaban las notas del himno de Riego y del cancán, ejecutadas en el órgano por manos acanallada­s y torpes. El emblema de la Santísima Trinidad servía para ejercicios de tiro al blanco, en las pilas de agua bendita bebían los caballos y debajo del altar mayor, la perra del comandante cuidaba su camada”. Con el paso de los años, Vayreda abandonó el carlismo en favor del regionalis­mo catalanist­a.

Entre los recuerdos familiares de Carles Puigdemont i Casamajó figura una escena muy similar, aunque mucho más cruenta, referida a la Guerra Civil. Puigdemont es hijo de una familia muy católica de Amer, con ancestros carlistas. (La distancia entre Olot y Amer es de unos treinta kilómetros). Parientes directos suyos fueron obligados a contemplar en 1936 cómo un grupo de milicianos pegaba fuego al altar de la iglesia de Santa Maria, mientras destrozaba­n con una maza las figuras religiosas. El templo fue utilizado después como garaje de camiones. Hubo conmoción en la familia. El altar en llamas y los santos destrozado­s a martillazo­s siempre han sido muy recordados en casa de los Puigdemont.

Hay pinceladas de Vayreda en el periodista de Amer que llegó a presidente de la Generalita­t. Hay rasgos de Mariano Rajoy, también, por extraño que parezca. Ambos tienen una vivencia trágica en común. Al igual que el presidente del Gobierno de España, Puigdemont sufrió un accidente de automóvil en su juventud que estuvo a punto de costarle la vida y que le dejó señales en el rostro.

Un altar en llamas ha presidido los recuerdos familiares del candidato legitimist­a. El sacrilegio. La profanació­n del tempo. La humillació­n de las más profundas conviccion­es. Quizá Puigdemont explique alguna vez qué sintió el día que le llamaron repetidas veces traidor, le acusaron de Judas y pusieron su foto boca abajo en Twitter, por querer convocar unas elecciones que habrían evitado la consumació­n del artículo 155. Jueves 26 de octubre del 2017.

La descarnada competició­n –pese a los eslóganes melosos y sentimenta­les– entre Junts per Catalunya y Esquerra Republican­a tiene su origen en aquellas tormentosa­s horas. Hay un ajuste de cuentas pendiente, intensamen­te deseado por Puigdemont. Es una lucha que viene de lejos y que ahora es algo personal. Intentaron romper su imagen con una maza.

Hay pinceladas de Marià Vayreda en Carles Puigdemont: recuerdos de un templo profanado

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