La Vanguardia

El asunto

- Pilar Rahola

El proceso da para mucho, más allá de lo mucho que da para la política, y algunos flequillos son pintoresco­s. Es cierto que ese ilustrado llamado Aznar ya avisó del peligro de división entre catalanes a causa de la independen­cia. Incluso algunos voceros del fin del mundo hablaban de peleas en las comidas de Navidad y el drama se cernía, cual ave carroñera, sobre las cabezas catalanas. Pero de ahí a llegar a romper parejas, ¡Dios me valga! ¿Será cierto que el amor y la política no son buenos aliados? O, peor aún, ¿tendrá razón el beatífico Rouco Varela, cuando asegura que ser independen­tista va en contra de Dios? Y ya se sabe que, para su peculiar cosmogonía, Dios y familia van parejos.

Aunque no sé en este caso, porque el susodicho va de una pareja del mismo sexo, y quizás ahí al bueno de Rouco no le importará el estropicio.

Ha sido Jorge Javier Vázquez quien ha hecho la confesión en lo de Ana Rosa Quintana, con sarcasmo y sin el dramatismo que después han añadido los ruidosos de la red. Jorge, que es un hombre de mucho recorrido intelectua­l, iba explicando su relación altibaja de pareja, y soltó la perla: “Durante diez años hemos roto muchas veces. Igual llevamos juntos un cuarto de hora. Una vez de ellas fue por el asunto catalán”. Y entonces, se abrieron las carnes españolas, se desató el infierno en los corrillos y la red sentenció la noticia: la maléfica independen­cia se había cargado una relación amorosa. Al

¿Tendrá razón el beatífico Rouco Varela cuando dice que ser independen­tista va en contra de Dios?

final del hilo, de lo que había dicho Jorge –que tenía sentido y estaba sobrecarga­do de matices– a lo que decían que había dicho había tantos pueblos como sandeces, no en vano vivimos unos tiempos en los que no prima la verdad sino su caricatura. No sé si Arrimadas se habrá enterado de la noticia porque le vendría al pelo para el relato catastrofi­sta que vende por doquier.

En cualquier caso, el independen­tismo suma otro pecado: rompe matrimonio­s.

Más allá del ruido y de sus despropósi­tos, vuelvo a lo de Jorge Javier, que tiene su gracia. Por supuesto, es cierto que vivimos tiempos políticos pasionales y que, en algunos lares, mejor hablar de las focas de Canadá que de la independen­cia. Y es probable, también, que ello pueda afectar a las relaciones humanas. Pero la culpa no la tiene la idea o el ideal que se defiende, sino la madurez de quienes debatimos el tema. Cuando un conflicto estalla, no busquemos culpas en las consecuenc­ias, sino en las causas, porque la solución nunca está en la paz de los cementerio­s. El conflicto catalán ha estallado porque tenía motivos sobrados para estallar y, lógicament­e, todo estallido deja metralla a su paso. Es imposible que lo colectivo, cuando es tan intenso, no nos afecte en lo personal y emocional. Pero de ahí a romper amores, perdonen pero no lo compro. Y si ocurre, que busquen los motivos en otro lado. Cada amor tiene su gramática parda, y les aseguro que no la escribe Puigdemont.

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