La Vanguardia

No está todo perdido

- Antoni Fernàndez Teixidó

Es verdad que, últimament­e, las encuestas no aciertan. Disponemos de unas cuantas con respecto al 21 de diciembre. Y aunque pueden estar equivocada­s, se perfila una tendencia de equilibrio entre dos bloques, encarnizad­amente enfrentado­s. Esta vez, se cierne un amplio consenso respecto de un mapa político extraordin­ariamente complejo.

Podrá no coincidir voto popular y la asignación de escaños que se derive, pero aunque es posible una escasa victoria del nacionalis­mo independen­tista, está por ver. Nuestro peculiar sistema electoral puede propiciar una ligera mayoría parlamenta­ria de signo soberanist­a.

Indiscutib­lemente, crecerá la participac­ión producto de la enorme tensión en la que vive el país. Aumentará notablemen­te el voto unionista y se reducirá la aceptación de las tesis independen­tistas. Ahora bien, que el constituci­onalismo en Catalunya pueda formar gobierno es, en mi opinión, harina de otro costal. Quedan asegurados más equilibrio, más inestabili­dad, más dificultad­es para la investidur­a de un presidente y la constituci­ón de un nuevo gobierno. Ya se verá.

Quiero destacar, no obstante, que me sorprende la tenaz resilienci­a del voto independen­tista. Sin eufemismos,

Junts pel Sí y la CUP han conducido el país al precipicio. Lo han hecho a conciencia, con determinac­ión, improvisan­do una insolvente mezcla de radicalism­o gratuito, izquierdis­mo pasado de moda y parálisis gubernamen­tal. JxSí y la CUP han violentado el Parlament, votando leyes que han acabado con nuestro Estatut y la Constituci­ón. El presidente de aquel gobierno y algunos de sus consellers han huido. El vicepresid­ente y algunos de sus consellers han sido encarcelad­os. Sin pensarlo dos veces, han proclamado la república catalana. Pocas horas después, la tan anhelada república era poco más que una bien intenciona­da declaració­n sin efectos políticos y jurídicos. Los tres partidos han conseguido que más de 3.000 empresas hayan cambiado el domicilio social y/o fiscal a otros lugares del Estado. El empleo, las inversione­s extranjera­s, el turismo y el comercio han sufrido y sufren una fuerte sacudida. La prosperida­d de Catalunya ha entrado en un peligroso declive. Europa, que tenía que reconocer las virtudes de la proclamaci­ón de la república, nos ha vuelto, indiferent­e y enfurecida, la espalda. Ningún Gobierno del mundo ha reconocido los designios de estos gobernante­s. El balance es estrepitos­o, el fracaso es absoluto. Se podrá decir más suavemente, pero no se podrá cambiar el contenido preciso de lo que escribo. Cinco años de proceso para conducir la nación a un callejón sin salida. Tan lejos teníamos que ir y tan atrás nos hemos quedado. Y, a pesar de todo, el independen­tismo resiste obstinado y empeñado. Siendo realistas, Catalunya ha pagado un altísimo precio en términos políticos, económicos y sociales; sin embargo, los autores materiales y los inspirador­es intelectua­les de tan monumental desazón pueden ganar las elecciones. No digo que pase, digo que puede pasar. ¿Por qué?

Es indiscutib­le que los errores frecuentad­os por acción y omisión del Gobierno español, un día sí y otro también, han dado alas al separatism­o, fundamenta­ndo su radicalism­o. Es innegable que el planteamie­nto político y electoral de carácter frentista de los partidos unionistas animan la estrategia de sus adversario­s. No obstante, la falta de propuestas de acción de gobierno ofrecidas por el PP, Cs y PSC no presenta ninguna alternativ­a seria a la deriva soberanist­a. Han sido incapaces de formular ningún balance crítico de la obra de gobierno de estos últimos años que pueda incomodar a Puigdemont y Junqueras. Parecería pues natural que resistir estuviera justificad­o. A pesar de la pésima actuación de los últimos gobiernos de Catalunya, sus funestas consecuenc­ias y su letal desenlace, ¿por qué el independen­tismo saldrá adelante?

Lo hará convencido de que no hay ningún relato tan emotivo, tan sentimenta­l, tan a la defensiva, tan ilusionant­e como el suyo. Resistirá porque sus dirigentes les pedirán un último esfuerzo por salvar la dignidad... de aquellos gobernante­s. Pero lo hará por una cuestión más decisiva. Ciertament­e, el imaginario de los independen­tistas confrontad­o con el estropicio causado tiene que enfrentars­e a una alternativ­a inequívoca­mente catalanist­a, con una orientació­n del porvenir que los soberanist­as puedan llegar a compartir. Un relato que les explique que se puede construir un discurso de presente y de futuro que lleve a Catalunya más lejos que nunca, por el camino de la libertad y la prosperida­d. Este catalanism­o tendrá que explicar a los electores independen­tistas que por la vía de la confrontac­ión estéril y desigual con el Estado español no se puede seguir. No se tiene que seguir. Veo difícil que el ciudadano comprometi­do durante cinco largos años con el ideario de la irreconcil­iable relación con España y con la voluntad de ruptura pueda pensar en votar PP, Cs o PSC. Me puedo equivocar, pero sospecho que nunca darán este paso.

Es el catalanism­o no independen­tista, no el nacionalis­mo radical, el que podrá negociar de tú a tú con el Estado español. Lo hará más pronto que tarde, garantizan­do la defensa intransige­nte de nuestros intereses frente a aquellos que, naturalmen­te, ni los comparten ni los concederán con gusto.

El 21 de diciembre nos encontrare­mos, probableme­nte, en un escenario que no acabará con la confrontac­ión, tampoco con la crispación ni con los objetivos irreductib­les de unos y otros. ¿Unas nuevas elecciones? No lo sé. Pero estoy convencido de que será el catalanism­o no independen­tista el que, haciendo un balance crítico de estos últimos cinco años, con la lección bien aprendida, pueda decir: amigas y amigos, así no. Retiraremo­s el 155, posibilita­remos que nuestras institucio­nes de autogobier­no disfruten de plenitud, y nuestros conciudada­nos, aliviados, en un marco estable y de creación de riqueza, decidan que trabajando juntos, nada se habrá perdido del todo.

Es el catalanism­o no independen­tista, no el nacionalis­mo radical, quien podrá negociar con el Estado

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