La Vanguardia

Precuela del lobo feroz

- Màrius Serra

En los últimos tiempos, Barcelona vive el reverso del cierre de librerías que marcó una tendencia apocalípti­ca con el fin de la Catalonia, Àncora y Delfín, la Formiga d’Or, Negra y Criminal, Cinc d’Oros... Junto a las marcas franquicia —Laie, la Central, Casa del Llibre, FNAC, Abacus—, garantía segura para el lector constante, se mantienen apuestas más o menos específica­s —Alibri, Altaïr, Pequod, Taifa, Casa Anita, Peu de Pàgina, Etcètera—, algunas se reubican —Documenta, Jaimes, Ona— e irrumpen con fuerza los activistas bibliodiná­micos que, lejos del croquetism­o maridado con Sumarroca de antaño, atraen público porque programan actos de interés, más allá de la presentaci­ón laudatoria. En esta liga, liderada por la Calders, No Llegiu o +Bernat, juegan la retahíla de establecim­ientos surgidos con nombres detonantes como La Impossible, La Inexplicab­le, Malpaso, Casa Usher, Casa Anita, Contraband­os, La Caníbal o Barra Llibre. Soy consciente de que me dejo muchos, y eso que sólo hablo de Barcelona ciudad, pero el espacio es limitado. El sesgo de todas estas nuevas librerías responde al distanciam­iento semántico que se ha producido entre los adjetivos libresco y literario en estas dos primeras décadas de siglo. Hablar de libros literarios ya no es pleonasmo y, tal como va todo, pronto parecerá un oxímoron.

Los buenos libreros van más allá del papel de distribuid­ores del servicio de novedades. Este es el único secreto. Son lectores y quieren incidir en la elección de su oferta. Ser actores culturales, en definitiva. Siempre hubo libreros con vocación de poeta, pero de vez en cuando aparece algún poeta que ejerce de librero. Es el caso del guixolense Josep Domènech Ponsatí, que trabaja tras el largo mostrador de la librería Geli, en Girona, y a la vez va tejiendo una obra poética cada vez más impresiona­nte. Hace años que hilvana palabras que van y vienen de Brasil al habla ganxona, llenos de coraje y desolación, de suelo a sol y a pelo. Domènech Ponsatí acaba de publicar en Girona Preqüela (Edicions del Llop Ferotge), con prólogo de Jordi Llavina, un gran libro de poemas cárnicos (de Carner) y férreos (de los Ferraté/er) que nos ofrece una lucha de gallos nada gallinácea entre el poeta y su ninot, el actor. El actor del poeta Domènech es lector. Lector antes que poeta, poeta antes que librero, librero antes que indigente, indie. Vive, como en el poemario de Comadira, la literatura en Usdefruit, y usufructúa a los poetas y poemas con su voz, sin querer mover los hilos como un titiritero ni conformars­e con ser títere. Subvierte poemas poseyéndol­os con pasión, se apropia de ellos de modo orgánico y los regurgita. En su ya dilatada trayectori­a poética la intermedia­ción es central. El poeta que ejerce de librero es, por este orden, lector, traductor, relector y retraducto­r. De subversión en versión, de secuela en precuela, el actor lector encuentra su voz, carnal, ácida, profunda. De poeta. Acérquense a la Geli y pídanle Preqüela. Llop ferotge, el nombre de la editorial, en catalán es lobo feroz.

Domènech Ponsatí es lector, lector antes que poeta, poeta antes que librero, librero antes que indigente, ‘indie’

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