La Vanguardia

¿Grietas en el bajo coste?

- Ramon Aymerich

Parece que hace una eternidad. Treinta y dos años exactament­e. Pero antes que Amazon y que Uber, estuvo Ryanair. Fue la compañía aérea irlandesa la que lanzó la estrategia del bajo coste. El éxito comercial fue arrollador. Las nuevas generacion­es de pasajeros la recibieron como el advenimien­to del nuevo mundo. Y la competenci­a no tuvo más remedio que adaptarse al escenario o cerrar (la mortandad entre las compañías aéreas europeas en estas tres últimas décadas ha sido importante).

El modelo de negocio del bajo coste exige una contención espartana de los costes laborales. Y en eso, Ryanair ha sido maestra. Empezando por la negación misma de cualquier tipo de representa­ción laboral. Hasta ayer, la compañía aérea se había negado a reconocer a los sindicatos. “Antes que reconocer un sindicato, me corto una mano”, era una entre las muchas declaracio­nes de Michael O’Leary, consejero delegado de la aerolínea y el hombre del milagro de esta máquina de hacer dinero.

La manera de O’Leary de entender el funcionami­ento de una empresa podía parecer extemporán­ea en la Europa de mitad de los ochenta, en la que la cultura de la mediación sindical todavía era vista como la norma. Pero no fue cuestionad­a por las administra­ciones, ni tampoco por la opinión pública. Al contrario, en realidad Ryanair fue el prólogo. El modelo se

Treinta y dos años después de su creación, Ryanair reconoce la existencia de sindicatos en la empresa

extendió y los recientes conflictos en empresas de reparto (el caso más extremo quizás sea el de Deliveroo) son la continuida­d lógica de la brecha que abrieron los irlandeses en los ochenta.

El precio de todas esas transforma­ciones (el continuado debilitami­ento de la negociació­n colectiva, primero en el mundo anglosajón, después en todas partes) explica la pérdida de peso de las rentas salariales en el global de los ingresos de un país. Y son una parte de la explicació­n (pequeña pero significat­iva) de la erosión de las clases medias en los países avanzados.

Que Ryanair reconozca a los sindicatos de pilotos (sólo a los de los pilotos, el resto todavía no existen) comporta inevitable­mente un incremento de los costes de la compañía. Y una pérdida de los beneficios esperados por la empresa. Así lo entendió ayer la bolsa, que reflejó de forma implacable el cambio de estrategia. La acción perdió el 8,60%.

El reconocimi­ento del sindicato de pilotos significa también el fracaso de la estrategia de dureza a cualquier precio de O’Leary, que no ha tenido más remedio que aceptar su existencia como mal menor para evitar paros (los primeros en la historia de la compañía) en vísperas de las fiestas navideñas. Las condicione­s objetivas las ha puesto una pésima política de recursos humanos (una mala planificac­ión de las vacaciones de los pilotos obligó a cancelar 20.000 vuelos en septiembre) y las contrataci­ones de un competidor, Norwegian Air Lines, que ha elevado al alza las remuneraci­ones. En realidad, el modelo de negocio de bajo coste sigue gozando de buena salud.

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