El milagro
Cuando veo a cierto político catalán, sensato y dialogante, pasear por alguna calle de Roma, me reconcilio solo un poco con nuestra clase política. Y da igual que ese político al que me refiero diga que está ya jubilado. Hombre asiduo de Roma, lo he visto alguna vez cenando un polpettone al forno en el restaurante popular Cacio e Pepe. También yo regreso a la capital italiana cuando puedo, que es bastante frecuentemente. Ahora, por razones profesionales, también me muevo mucho por Aragón. Y tras escuchar en más de una ocasión a Ildefonso Salillas, alcalde de Villanueva de Sijena, población en la que está su ahora muy conocido monasterio, creo que se entendería y muy bien con el político catalán a quien suelo ver pasear por determinadas calles romanas.
En Aragón descubro y en Roma sigo con mucha atención el juego oculto que a veces practica el transparente papa Francisco. Y fue en Roma, claro, donde me enteré de que, en determinado celebrar en memoria de algún muerto. En España, después de Franco, que era el amo de todos los palios, incluso el de Montserrat, ya no es muy normal rezar y al mismo tiempo gritar, en un espacio sagrado, en una iglesia, que al enemigo se le ha de dar un buen golpe de hoz.
Con objeto de animar a mis interlocutores y amigos romanos, algunos de los cuales suelen cruzar la plaza de San Pedro diariamente, les recordé lo que pasó el lunes en la puerta del Museu de Lleida. Y lo que pasó, ya saben, fue que se armó un alboroto cuando las llamadas obras de arte sacro del monasterio de Santa María de Sijena abandonaban el museo para ser trasladadas a Villanueva de Sijena. Ese alboroto lo organizaron y protagonizaron algunos miembros de la ultraizquierda catalana. Yo, francamente, creo que aquello fue un milagro. Porque en 1936 algunos anarquistas procedentes de Barcelona se dedicaron a expoliar e incendiar el monasterio aragonés que nos ocupa. Formaban la columna Aguiluchos y eran los