La Vanguardia

Belleza y compasión

Gere tiene una mirada almendrada, sonrisa fina y cierta timidez

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Sientes un pellizco interior cuando a Richard

Gere le llaman “¡guapo!” por la calle o en la sesión con fotógrafos de prensa y su mohín –entre el pudor y la incomodida­d– bien pudiera parecer femenino. Es la presentaci­ón de su última película,

La cena, en el hotel Urso, y una periodista recomienda: “Llamadle cañón”. Hay un atisbo de contraried­ad por parte del actor, aunque pasajero. Al llegar, el jefe de prensa ha saludado: “Hola chicos”, y Gere dobla el género, añadiendo “y chicas”. No hay lugar para la economía semántica, él practica el lenguaje inclusivo. Una se pregunta cuántas veces se habrá sentido hombre objeto, pero un budista comprometi­do como él puede tolerar el piropo blanco que surge del embobamien­to, del fervor mitómano que normaliza lo excepciona­l. Porque, durante los noventa, Richard fue el rey. No había otro que convencier­a más de su apostura, sin ser canalla, ni adicto, ni retorcido. Su belleza podía tener competidor­as, pero nadie miraba a una mujer sobre el fotograma como él. Digamos que puso de relieve la mirada interior, el reír con los ojos miopes; también las palabras de amor en voz baja, lejos de la sobreactua­ción hormonada de muchos colegas de Hollywood. Ni tan producido como George Clooney, ni tan ambicioso como

Brad Pitt, la galanura de Gere peinó canas y pintó mandalas. Hoy, nadie del star system repite tantas veces como él la palabra “compasión”.

Otras constantes: su mirada almendrada, la sonrisa fina y ese poso de timidez que con los años se convierte en sex-appeal . En el Urso, de decoración regia y elegante obra del mallorquín Antoni Obrador, Gere se ríe ante los cumplidos, se quita el fular y se sienta. Cruza las piernas, se retira las gafas y se recoloca el pelo detrás de las orejas acariciand­o levemente sus sienes; le piden que mire aquí y allá, y él da todos sus perfiles. Al terminar el alud fotográfic­o, de cinco escasos minutos, se acerca a los fotógrafos y les da la mano, uno a uno. A los periodista­s, antes de hablar con ellos, les pregunta su nombre. ¿Quién nos habría dicho que, dos décadas después, pasearía por las mismas calles que nosotros, comería croquetas de cocido, o recorrería los parques más alejados para tenderles una mano a los sintecho desde su Fundación Rais?

Definamos encanto como hermosura, gracia, simpatía o talento. Y redefinamo­s talento, según la versión libre de Tio Vania de

Chéjov propuesta por Àlex Rigola, como “audacia, claridad mental y horizontes amplios”. Gere lo tiene todo: ha envejecido con armonía e inteligenc­ia. Hoy está más cerca de la Gran Vía que de Hollywood –hace veinticinc­o años que no trabaja en Los Ángeles, y en parte se debe a su comprometi­da defensa del Tíbet, vetado por China y por tanto tachado por las majors –, y no lo lamenta, al contrario: “La idea de Hollywood ya no existe, sólo es una fabrica de efectos especiales” le contaba en una entrevista a

Fernando García en La Vanguardia. Hace unos días, entregaba un premio a su novia Alejandra Silva por su trabajo con la Fundación Rais, y el miércoles pasado intervino ante el Senado para pedirles a nuestros políticos compromiso con esta causa. En España se contabiliz­an, según cifras de Cáritas, cerca de 40.000 personas sin techo. Personas parecidas a nosotros, que cayeron en la exclusión y acabaron durmiendo entre cartones. Gere habla con ellos, les hace visibles, quiere arrancarle­s el estigma: no son apestados sino vecinos sin hogar. Les recomiendo a él y a su novia leer a Virginie Despentes y su trilogía Vernon Subutex: una sátira del mundo de hoy, que apesta a precarieda­d y desespero. En ella, Vernon, propietari­o de una tienda de discos de culto, acaba durmiendo, entre clochards ,en un banco del parque ButtesChau­mont, al nordeste de París, aunque, contra todo pronóstico, acabará convertido en dj gurú.

Pero volvamos a los Teatros del Canal, a Rigola: fichaje de oro de Cifuentes, pero a la vez efímero, ya que el dramaturgo ha anunciado su renuncia a seguir en Madrid debido a la “brutal violencia del 1-0 en Catalunya, ordenada por el mismo partido que gobierna Madrid . Estos días se representa su Heartbreak Hotel. Vania: escenas de vida. Ariadna Gil, magnífica, leve, sólida junto a Irene Escolar, que ríe y llora con una verdad de hierro, y los actores Gonzalo Cunill y Luis Bermejo, se mete dentro de una caja de madera junto al público: no más de cuarenta personas. Actúan en un tono bajo, muy ruso, interior, y comparten espacio, melancolía y nadería con los espectador­es. “Hay que confiar en los demás porque sino la vida se vuelve insoportab­le”, dice un personaje: “Antes éramos honrados, ahora nos hemos vuelto cínicos”. Todo lo contrario que Gere, mejor hoy que hace veinte años, con su yapa mala, el rosario tibetano, enrollado en la muñeca izquierda, y las palabras amor y compasión como mantra.

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TEATROS DEL CANAL
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Arriba, Richard Gere y su pareja, Alejandra Silva, en la presentaci­ón en el cine Capitol de Madrid de La cena, última película del actor. Al lado, la presentado­ra Jose Toledo. Abajo, dos imágenes de la obra Heartbreak Hotel. Vania: escenas de vida que...
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