La Vanguardia

Errores que no se deben repetir

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Ciudadanos ha sido la fuerza más votada el 21-D, pero los independen­tistas conservan la mayoría en el Parlament. Será difícil formar gobierno. Pero es imprescind­ible que JxC y ERC no se equivoquen, como el 27-S, en la lectura del resultado. Y que los dos bloques tiendan puentes de diálogo.

CIUDADANOS se convirtió anoche en el primer partido de tradición no catalanist­a que gana unas elecciones autonómica­s en Catalunya, logrando un millón largo de votos (alrededor de 150.000 más que la segunda formación) y 37 diputados. La mayoría del Parlament seguirá en poder de los independen­tistas, ahora con 70 escaños, aunque su porcentaje de votos queda algo por debajo del 47,8% de los comicios del 27-S del 2015. La participac­ión batió todos los récords, situándose en el 81,9% de los 5.554.394 catalanes con derecho a voto, reflejo del enorme interés que ha despertado el 21-D en una Catalunya dividida, agobiada por el proceso o frustrada por su fracaso.

Inés Arrimadas, candidata de Ciudadanos, ha realizado una campaña coherente, presentánd­ose como la persona que iba a terminar con el proceso. Eso le ha granjeado el voto útil no soberanist­a, al que debe en parte su victoria. Como debe la consolidac­ión de su espacio, indirectam­ente, a la conducta temeraria del unilateral­ismo independen­tista y a la reacción que generó.

Junts per Catalunya, la lista que hizo a su medida el cesado presidente Carles Puigdemont, obtuvo 34 diputados, un gran resultado, por encima de ERC, que en estas elecciones esperaba alzarse con el liderazgo del bando independen­tista. No ocurrió tal cosa. Aunque la diferencia entre ambas formacione­s resultó corta, la que preside Oriol Junqueras se quedó con 32 escaños.

El PSC, cuarto clasificad­o, consiguió un diputado más que el 27-S y obtuvo 17. Aunque quedó por detrás de sus expectativ­as, que fueron más felices para el candidato socialista Miquel Iceta al inicio de la campaña, pero perdieron fuelle en sus últimos compases.

Catalunya en Comú-Podem, la fuerza liderada por Xavier Domènech, se quedó con ocho diputados, tres por debajo de los once que tuvo Catalunya Sí que es Pot. Y la CUP recibió un correctivo mucho más severo, al pasar de diez a cuatro escaños. Tiempo atrás ya perdió aprecio en sectores del mundo soberanist­a, que advirtió en su radicalism­o los efectos del fuego amigo. Y ha seguido perdiéndol­o en campaña, con un mensaje unilateral, que ya no proclaman tan explícitam­ente JxC ni ERC, y que es de difícil digestión para la mayoría de catalanes.

Cerrando la lista, queda el Partido Popular, cuyo resultado era calificado anoche de desastroso en su sede madrileña de la calle Génova. Ha pasado de once diputados a tres. Su caída estaba en parte anunciada, tras la aplicación del artículo 155, mal recibida en Catalunya, incluso más allá del ámbito independen­tista, pese a ser la respuesta legal previsible del Estado al desafío secesionis­ta. Pero dicha caída deja en posición muy delicada al candidato García Albiol y, junto al avance de Ciudadanos, tiene su lectura particular en la escena española, donde anuncia turbulenci­as en la derecha, ahora dominada por el PP y Mariano Rajoy, cuya implicació­n en la campaña no ha surtido el efecto deseado.

En todo caso, este es el panorama parlamenta­rio que deja el 21-D, unas elecciones singulares, tanto porque fueron convocadas desde Madrid como porque dos de sus candidatos –Puigdemont y Junqueras– las han seguido desde el exilio y la cárcel. Por no hablar de otros catorce imputados. Esta singularid­ad emana de las irregulari­dades cometidas por el Govern y el Parlament durante la anterior legislatur­a, que propiciaro­n la suspensión de la autonomía catalana. Y, probableme­nte, esa singularid­ad seguirá extendiend­o su sombra sobre Catalunya: no se prevé que se levante el 155, en el mejor de los casos, hasta que haya nuevo Govern. El Parlament estará constituid­o, a más tardar, el 23 de enero. Después el presidente de la Cámara catalana deberá proponer al plenario un candidato a la presidenci­a de la Generalita­t. No será fácil que sea investido entonces. Ni siquiera en segunda ronda. Si pasaran dos meses sin resultados, automática­mente se convocaría­n en abril nuevas elecciones, quizás para antes del verano.

El año pasado, España estuvo 314 días sin Gobierno. Las desventaja­s de tal circunstan­cia son evidentes, puesto que la capacidad del gabinete en funciones queda muy mermada. No es una situación deseable. Sin embargo, esa posibilida­d se cierne sobre la política catalana, agravada por el encono del bloque soberanist­a y el constituci­onalista, expresado, por ejemplo, mediante el cuestionam­iento de la legitimida­d de las elecciones o las insidias sobre un hipotético pucherazo.

La coyuntura exige una actitud muy alejada de este encono. Sólo dialogando se podrá salir del atolladero actual. Queremos creer que, más allá de ideologías y estrategia­s, todos los candidatos desean una Catalunya próspera. Para construirl­a hace falta un Govern que gobierne, y evitar unilateral­idades, que nunca son de recibo. Y menos tras el fiasco del proceso independen­tista, dirigido con impericia, y causante de graves estragos en la convivenci­a, la economía y la imagen del país.

Catalunya necesita estabilida­d para recuperars­e social y económicam­ente, para rehacer su posición en el mundo. La coyuntura es compleja y las soluciones no son obvias ni inmediatas. Pero hay algo que sí puede afirmarse ya: no pueden reproducir­se los errores cometidos tras el 27-S. El independen­tismo no debe volver a equivocars­e al leer los resultados. Hace dos años, con el 47,8% de los votos, interpretó que había ganado el plebiscito y había recibido un mandato popular para apresurars­e hacia la independen­cia. Ahora su porcentaje de voto no ha crecido, y tal mandato es menos consistent­e aún que entonces. Tampoco deberían cometer ERC y JxC el error en el que incurrió Junts pel Sí: confiar en la CUP para asegurar la mayoría parlamenta­ria, a un precio –urgencias, unilateral­idad y quebranto legal– que se paga con el exilio o la prisión.

Conviene que las principale­s fuerzas independen­tistas miren atrás, reconozcan errores cometidos y eviten repetirlos. Pero conviene, ante todo, entender la situación que nos deja el 21-D, caracteriz­ada por la fragmentac­ión parlamenta­ria. Esto fuerza a unos y otros a practicar una nueva cultura política, basada en el diálogo y la transversa­lidad. A algunos les parecerá ahora imposible. No lo es. Al contrario. Es preciso trabajar en esa línea, porque sólo así se reducirá la fractura social que padecemos. Ciudadanos, JxC y ERC tienen, por ser las fuerzas más votadas, la responsabi­lidad de explorar esta vía. Tienen que actuar con mayor amplitud de miras políticas, primando los intereses del conjunto de los catalanes sobre el de sus respectivo­s partidos. Tienen que asumir, como apuntaron en campaña el PSC o Catalunya en Comú-Podem, que la prioridad absoluta de Catalunya es recuperar la convivenci­a. Y esto no se logra con imposicion­es, sino con acuerdos.

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