De la fascinación al espanto

EL independentismo no se ha movido, como el dinosaurio de Monterroso, a pesar de tener a uno de sus líderes en la cárcel de Estremera y al otro, refugiado en Bruselas. Pero su declaración independentista a la brava ha permitido que Ciudadanos gane las elecciones en Catalunya, cuando hace doce años no estaba ni se le esperaba. Los soberanistas pueden estar satisfechos por su resultado en unas elecciones con el electorado muy movilizado, pero deben aceptar que con su maximalismo han situado un espacio españolista residual en el primer escalón del podio. La complejidad de la sociedad catalana no está al alcance de ser entendida por cualquiera. El problema es que el dinero quiere comprender qué pasa para invertir en un territorio. Lo que para un politólogo puede ser fascinante para un inversor puede resultar un espanto.

Es la primera vez en la historia que una fuerza no catalanista vence en unas autonómicas. Inés Arrimadas ha sabido erigirse en el voto útil del constitucionalismo, restando a diario apoyos a Miquel Iceta, del PSC, que inició esta campaña con gran ímpetu. También es una novedad que el PP haya quedado en el último lugar, sin capacidad de formar grupo parlamentario. El electorado lo ha percibido como parte del problema más que como parte de la solución. La victoria de Ciudadanos, sumada a la mayoría del independentismo y el mal resultado popular, es una muy mala noticia para Mariano Rajoy, que aporta una clave española a estas elecciones.

Es relevante igualmente el papel que ha tenido Carles Puigdemont, que ha creado de la nada una candidatura. Nadie daba un euro por el PDECat y le ha ganado la mano a ERC, que partía como favorita. Un mérito personal que nadie le puede negar. Y con ese mapa, ¿eso cómo se gobierna? Es difícil responder, pero habría que evitar una segunda vuelta. Hace falta una nueva cultura política para alcanzar acuerdos. Menos aventuras y más pragmatismo.