Opina, que algo queda
Clara Sanchis Mira glosa la sociedad hipermediática: “Hoy resulta indispensable tener una opinión sólida. Maciza. O varias. Hay que opinar todo el rato y el que no corre vuela. Te levantas por la mañana, te lavas los dientes, sales a la calle y empiezas a opinar a lo loco sobre lo que sea, con el primero que te encuentras. Y es mejor así, porque si no te adelantas, a la que te descuidas alguien te opina encima. Los temas están que arden, y más te vale tener claro lo que piensas sobre esto y lo otro, si estás a favor o en contra, y más o menos por qué”.
Hoy resulta indispensable tener una opinión sólida. Maciza. O varias. Hay que opinar todo el rato y el que no corre vuela. Te levantas por la mañana, te lavas los dientes, sales a la calle y empiezas a opinar a lo loco sobre lo que sea, con el primero que te encuentras. Y es mejor así, porque si no te adelantas, a la que te descuidas alguien te opina encima. Los temas están que arden, y más te vale tener claro lo que piensas sobre esto y lo otro, si estás a favor o en contra, y más o menos por qué. Conviene además que tus opiniones tengan un punto de originalidad. Que parezca que se te han ocurrido a ti. No se puede repetir como una cacatúa el argumento que le acabas de escuchar a un opinador famoso. Tienes que darle tu sabor personal. Si te acorralan con un tema que sólo conoces de oídas, por las prisas generales –como por otra parte ocurre con casi todo–, con un poco de habilidad puedes coger la idea del revés, hacer unas piruetas con ella, y disimular la obviedad de lo que estás diciendo. Lo fundamental es que parezca que lo tienes claro. Bien es verdad que podría ocurrir que esta superabundancia de opiniones palmarias que nos invade sea una huida hacia delante, provocada paradójicamente por un estado de confusión o perplejidad insuperables. Pero esto es sólo una opinión.
Se pueden imaginar, si esto se palpa en la calle, y no digamos en las redes, cómo será la cosa en las páginas de un diario. Y más en una ilustre sección de Opinión. Más vale no amodorrarse. Pero seamos serios. ¿Qué podría yo añadir sobre un tema x, siendo quizás una persona dubitativa? ¿Cómo afrontarlo? Es de sentido común empezar con unas medidas orientativas. La documentación, por ejemplo. No está de más recordar al viejo Platón, cuando dijo aquello de que la verdadera opinión es “un lugar intermedio entre la ignorancia y el conocimiento”. Y como la ignorancia es algo que ya se tiene de natural, no hay más remedio que esmerarse en lo otro. De modo que coges el tema x ,y empiezas a leer un montón de cosas que se han escrito sobre él. Una vez inoculado todo este material en tu cráneo, bien agitada la coctelera, se supone que tu opinión personal debería forjarse por sí misma. Pero no es tan fácil. Puede ocurrir que un exceso de lecturas haga que tu pensamiento salte de un sitio a otro como una rana, en una indecisión anfibia inabordable. Y que te asalte la sospecha de que para poder opinar sobre x con un poco de honestidad, ahora que has descubierto que x es más complejo de lo que pensabas, necesites leer mucho más. Dedicar al tema x un tiempo infinitamente más largo de documentación primero y reflexión sosegada después. ¿Cómo caí en esta trampa mortal?, te preguntas debajo de la cama, paralizada ante la constatación de que era mucho más fácil opinar sin datos que con ellos.
Los temas están que arden, y más te vale tener claro lo que piensas sobre esto y lo otro, si estás a favor o en contra