Nada cambia y todo cambia
Asunto fundamental: estas elecciones son indiscutibles. Las hizo indiscutibles la participación popular, nunca vista. El pueblo catalán se volcó, legitimó unas urnas que habían sido calificadas como ilegítimas y demostró que quiere resolver su gran cuestión: nacional (soberanía) para la mitad, autonómica (unidad) para la otra media.
Horizonte trascendente: la tensión soberanista no se aplacará ni a corto ni a medio plazo, porque sus representantes siguen teniendo la mayoría, Puigdemont se alza como el líder del independentismo, y supongo que está dispuesto a humillar al Estado, aunque sea pagando el precio de un pase por la prisión.
Aspecto importante, pero no decisivo: la sociedad catalana pulió el mapa político por la izquierda y la derecha. Rebajó la asistencia popular del independentismo más radical, el de la CUP, y redujo seriamente la fuerza política del Partido Popular, máximo predicador de la unidad estatal.
Lección provisional: los datos económicos, las estadísticas de caída de la inversión extranjera, la fuga de empresas, el horizonte de miedo que se dibujó en la opinión publicada no influyó en la intención de voto. Se produjo lo que aquí hemos llamado “la gran perdonanza”, una especie de amnistía popular a los resultados de la gestión del govern. El pueblo no se ha movido por la cartera. Se ha movido por los sentimientos.
Resultado práctico: no ha cambiado nada y ha cambiado todo. No ha cambiado nada, en el sentido de que el soberanismo sigue manteniendo su mayoría parlamentaria y, si llega a acuerdos, podrá gobernar. Y ha cambiado todo por dos razones: porque fracasó la estrategia del Gobierno central y por el hecho insólito de que un partido joven, españolista y constitucional es el partido ganador.
Como suena: Inés Arrimadas no gobernará porque su bloque no suma lo suficiente, pero ha ganado las elecciones. Su victoria es su consolidación como gran referente constitucional en Catalunya y quién sabe si será también el asomo de la futura derecha española. Encontró su mensaje. Rentabilizó su labor de oposición en la última y breve legislatura. Supo capitalizar el voto útil, incluso frente a Rajoy, que se volcó en los últimos días y dejó al Partido Popular como uno de los grandes fracasados y escaso de legitimidad para liderar la solución a la cuestión catalana. Sólo le queda el Boletín Oficial del Estado.
Más allá de las elecciones, se abre ante nosotros un futuro intrigante. Si yo fuese Rajoy, ya estaría enviando un emisario a negociar con Puigdemont. Y otro, a negociar con Albert Rivera. Y hablaría con los jueces a ver qué se puede hacer para evitar el espectáculo de unos diputados elegidos por el pueblo y que están fugados o en prisión.
Ciutadans deja al PP sin legitimidad para liderar la solución a la cuestión catalana