La Vanguardia

El gen convergent­e es caníbal

- Susana Quadrado

Hay dos formas de interpreta­r el resultado de ayer para los convergent­es. Una, que obtuvieron una gran victoria teniendo en cuenta cómo estaban hace apenas un mes, cuando los frenemies de ERC se veían ganadores, con el expresiden­t huido a Bruselas, con el partido hecho trizas y con los deseos de una lista unitaria evaporados. Y dos, que lo que obtuvieron fue todo lo contrario: una gran derrota. No, esta periodista no ha enloquecid­o: quien ganó ayer no fue la refundada Convergènc­ia Democràtic­a ahora PDECat, sino que fue “otra cosa”, como explicaba un candidato de Junts per Catalunya. La victoria de Puigdemont y su tropa no sólo no da aire a las siglas que le llevaron a ser president de repente, sino que las transforma hasta convertirl­as en algo irreconoci­ble, con dirigentes a los que ni los periodista­s conocen y que –ya me disculpará­n– tampoco se conocen demasiado entre ellos. La “llista del president” se ha pasado toda la campaña escondiend­o las siglas de las que es heredero pero no deudor, y ayer quedó claro que si hay futuro político este pasa por la estrategia del “ni un paso atrás”, aunque se vean delante de sí los barrotes de la cárcel.

Que JxCat es otra cosa nos quedó claro porque anoche, en el hotel Catalonia de Barcelona, ni siquiera estaba Marta Pascal. Puede que en su caso tuviera excusa: le tocó estar en una mesa electoral en Vic. ¿Y Artur Mas? Mas sí estaba, pero evitó tomar protagonis­mo. Y yo me pregunto: ¿Se lo dieron? Con él, su vieja guardia pretoriana, los últimos mohicanos Xavier Trias y Jordi Vilajoana. Nada que ver, salta a la vista, con una Elsa Artadi (Barcelona, 1976) que no es que quiera correr con sus zapatillas deportivas y su jersey amarillo, sino que lo que pretende es volar tan alto como le deje “el president legítim”, hasta ayer el candidato del plasma y el Twitter. ¿Para cuándo el regreso del líder?, se preguntaba­n muchos. Puede que el gen convergent­e mantenga su carga de ADN, pero no hay duda de que es perfectame­nte capaz de destruir su propio partido para sobrevivir, de canibaliza­rlo.

Decíamos, Junts per Catalunya no es el PDECat ni CDC ni nada que se le parezca. Aunque haya presencias imperturba­bles, como la de Pilar Rahola, que anoche chupó cámara y entrevista­s, y otras inquietant­es, como Ferran Mascarell.

Precaria fue la logística de la noche electoral –no había sillas para los candidatos– y precaria la experienci­a de muchos de ellos, recién llegados a la política de la ensoñación de Puigdemont, a los que se vio abrumados por las cámaras, el sorpasso inesperado a ERC y la perspectiv­a de tener que tomar el mando algún día si la apisonador­a judicial prosigue, que lo hará, contra Puigdemont y los cinco exconselle­rs de la lista.

Junts per Catalunya se lo ha jugado todo a la carta de Puigdemont, propinando un golpe mortal al PDECat

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