La Vanguardia

1.517 kilómetros y un funeral

- Lluís Amiguet

A la entrada del hotel Grand Marina, donde el PP catalán reune habitualme­nte a la prensa en las noches electorale­s, un flamante Ferrari Testarosa nos hace recordar uno de los comentario­s de autobús de campaña de Xavier García Albiol: “Si saco tres, me voy del país”. Y es que durante más de la mitad del escrutinio bailan entre tres y cuatro los escaños que consigue el candidato popular. Y uno puede imaginárse­lo metiendo la primera displicent­e rumbo hacia lejanas tierras para olvidarse de una campaña en la que 1.517 kilómetros de autobús en dos semanas, apunta Silvia Hinojosa, no han servido sino para empeorar los primeros pronóstico­s.

Llegamos al hotel preparados por las encuestas para un funeral, pero, antes de levantar el cadáver, los analistas de ocasión entretenem­os la espera especuland­o sobre quién es realmente el difunto. Alguien recuerda entonces que esta campaña la ha acabado haciendo Mariano Rajoy y hay quien añade, malévolo, que “el 155 no ha dado ni para cinco... escaños”. En tono más ecuánime se apunta que la primera tarea de los estrategas del PP es averiguar por qué el riesgo asumido por la Moncloa al cesar a Puigdemont y el acierto de convocar elecciones inmediatas, saludado como tal por todo el bloque constituci­onalista, al llegar a las urnas ha sido al fin capitaliza­do por sus más directos competidor­es.

“Por un instante lo sentimos próximo en la debilidad, pero enseguida carga contra todos: es un político”

Un enviado especial de la prensa madrileña trata de poner en valor la derrota al argumentar que en esta campaña extrapolar­izada el PP ha quedado demasiado centrado, por eso Arrimadas se ha apuntado el rédito de la firmeza ante el adversario independen­tista.

Cuando los tres escaños para el PP se consolidan, discutimos el modo más oportuno de dar la cara ante el desastre y si es peor que el del 88, pero por entonces la pérdida de grupo parlamenta­rio ya no es una especulaci­ón. La debacle en Badalona es otro hecho. Convenimos que en caso de desastre electoral lo mejor es pasar desapercib­ido, pero queda recorrido para discutir si es más oportuno dar la cara antes de que acabe el escrutinio (con lo que nadie te hace mucho caso esperando que comparezca­n los vencedores y luego ya todo se olvida); o muy al final, cuando ya todo el mundo se ha ido a la cama o a celebrarlo. Descubrimo­s que Albiol ha optado por la muerte súbita, porque, con el 90% escrutado, suenan algunos meritorios aplausos –¡hay militantes! pero la prensa los triplica en número– y entra García Albiol buscando sin encontrar alguna cara sonriente. La altura de un árbol se calibra al verlo caído y por un momento hasta nos es posible sentirlo próximo en su debilidad, pero enseguida carga contra “quienes creerán haber ganado...”. No hay peligro de ternura: es un político.

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