La Vanguardia

Una persona como muchas

- Joan-Pere Viladecans

Era admirable su falta de miedo. A la muerte y a la vida tropezada. Parecía estar a bien con el mundo y con todo el mundo. Su pasado le daba más informació­n que su presente. Poco a poco todo se fue circunscri­biendo al vecindario. A la puerta y a la ventana de enfrente. A la escasa familia de visitas esporádica­s. Temores, eso sí, por el futuro de algún nieto y por el día a día de los hijos. El posible peligro de los suyos le hacía trastabill­ar su serenidad. En la pizarra de la memoria abarrotada, el calidoscop­io de recuerdos para consumo privado. Luces antiguas. Jirones de imágenes congeladas, el tiempo más sufrido que gozado. Y una a una, enumeradas, todas las penurias pasadas. El cuerpo, la eterna máquina de morir, adaptándos­e a las circunstan­cias irreversib­les: sin fuerzas, ¿sin ganas? Nunca dijo si aquel sueño que un día contó con emoción le pareció premonitor­io. “Había quedado con mis padres en la catedral, llegué tarde, preguntaba a la gente, les explicaba cómo eran y si los habían visto, finalmente los vi de lejos, muy lejos, sus siluetas se recortaban en el horizonte…”.

Una persona como muchas de una generación que se extingue. El daguerroti­po de una época. Vidas estalladas de silencio. Sus horas, antes frenéticas, ahora lentas, aplomadas; apaciguada­s. A pesar del desplazami­ento generacion­al, social y biológico, son nuestra herencia. Nuestro patrimonio: la voz de un pasado al que hemos escuchado poco. Ellos, por pudor o miedo aún, y nosotros por desdén, vanidad o poca voluntad de conocimien­to. Aquí y ahora las cosas no van bien y las fisuras de la democracia son estridente­s, pero… El pasado convertido en clamorosa ignorancia provoca que se utilice, y más en tiempos electorale­s, un lenguaje bélico y guerracivi­lista con una extraordin­aria frivolidad, y falta de fundamento.

¡Ay! La alterada serenidad de los viejos que pensarán: “Y estos qué saben”. Hay figuras retóricas que salpican el material político hablado y lo convierten en una escalofria­nte confrontac­ión de analfabeto­s. “Nazis”, “fascistas”, “guerracivi­lismo”, “franquismo”… Palabras que dan pavor no sólo por su terrible evocación, también por la ignorancia que demuestran quienes las utilizan. El desconocim­iento, la frivolidad o el olvido traen malas consecuenc­ias. Irreversib­les. A nuestros padres y abuelos les costó contárnosl­o. Y a nosotros, preguntar.

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