Una persona como muchas
Era admirable su falta de miedo. A la muerte y a la vida tropezada. Parecía estar a bien con el mundo y con todo el mundo. Su pasado le daba más información que su presente. Poco a poco todo se fue circunscribiendo al vecindario. A la puerta y a la ventana de enfrente. A la escasa familia de visitas esporádicas. Temores, eso sí, por el futuro de algún nieto y por el día a día de los hijos. El posible peligro de los suyos le hacía trastabillar su serenidad. En la pizarra de la memoria abarrotada, el calidoscopio de recuerdos para consumo privado. Luces antiguas. Jirones de imágenes congeladas, el tiempo más sufrido que gozado. Y una a una, enumeradas, todas las penurias pasadas. El cuerpo, la eterna máquina de morir, adaptándose a las circunstancias irreversibles: sin fuerzas, ¿sin ganas? Nunca dijo si aquel sueño que un día contó con emoción le pareció premonitorio. “Había quedado con mis padres en la catedral, llegué tarde, preguntaba a la gente, les explicaba cómo eran y si los habían visto, finalmente los vi de lejos, muy lejos, sus siluetas se recortaban en el horizonte…”.
Una persona como muchas de una generación que se extingue. El daguerrotipo de una época. Vidas estalladas de silencio. Sus horas, antes frenéticas, ahora lentas, aplomadas; apaciguadas. A pesar del desplazamiento generacional, social y biológico, son nuestra herencia. Nuestro patrimonio: la voz de un pasado al que hemos escuchado poco. Ellos, por pudor o miedo aún, y nosotros por desdén, vanidad o poca voluntad de conocimiento. Aquí y ahora las cosas no van bien y las fisuras de la democracia son estridentes, pero… El pasado convertido en clamorosa ignorancia provoca que se utilice, y más en tiempos electorales, un lenguaje bélico y guerracivilista con una extraordinaria frivolidad, y falta de fundamento.
¡Ay! La alterada serenidad de los viejos que pensarán: “Y estos qué saben”. Hay figuras retóricas que salpican el material político hablado y lo convierten en una escalofriante confrontación de analfabetos. “Nazis”, “fascistas”, “guerracivilismo”, “franquismo”… Palabras que dan pavor no sólo por su terrible evocación, también por la ignorancia que demuestran quienes las utilizan. El desconocimiento, la frivolidad o el olvido traen malas consecuencias. Irreversibles. A nuestros padres y abuelos les costó contárnoslo. Y a nosotros, preguntar.