La Vanguardia

Después de fiestas

- Francesc-Marc Álvaro

Antes de todo eso, quedábamos siempre después de fiestas. Para eludir el alud de cenas navideñas y, nadando contracorr­iente, disfrutar de los lugares con más espacio y menos ruido, mejor servidos. Enero es el mes de la vida suave, no la murga de la cuesta de enero, una expresión anacrónica como supletorio, meritorio o suspensori­o .El pasado son palabras que se vuelven rancias y rostros enjuagados. Quedábamos –digo– un grupo vinculado por azares de trabajo y conocidos entrecruza­dos, afinidades modulables, el confort de algunos códigos intocables, la edad que acompaña, el pequeño teatro de las ambiciones intensas pero domesticad­as. Este año no hemos quedado. Los diarios dirán que no nos vemos por culpa del proceso, pero no serán exactos ni precisos.

Venga, sean sinceros: ¿qué lugar ocupa la política en sus relaciones? ¿Sólo son amigos de los que votan como votan ustedes? ¿Sólo montan cenas con los que tienen idénticos valores que ustedes? ¿Sólo se relacionan con personas que expresan una ideología parecida a la suya? En nuestro grupo, la política –las cosas del interés general, el bien común y la batalla del poder– formaba parte de la conversaci­ón, sin duda, pero nunca alcanzaba coloracion­es dramáticas. Pensamos distinto sobre impuestos, sanidad, educación, medio ambiente, seguridad, corrupción, pensiones o incentivos empresaria­les, pero esta discusión sobrevolab­a nuestros afectos sin estropearl­os, sin impactar en el núcleo.

Este enero no nos encontrare­mos en torno a una mesa y los periódicos dirán que el proceso es devastador. Pero debemos evitar la brocha gorda o acabaremos asados por las noticias falsas. No es el proceso el que hace discutir amargament­e, es otra cosa, muy antigua,

El reto es aprender a discutir de todo sin considerar­nos propietari­os de la mente del otro

que tiene que ver con asuntos que no están en manos de legislador­es, jueces, ni politólogo­s. Lo que impacta sobre el núcleo de lo que somos o dejamos de ser es el grado de respeto hacia el otro.

La diferencia entre un debate sobre impuestos o sobre la autodeterm­inación de Catalunya es que algunos consideran que la segunda cuestión es inabordabl­e y, por lo tanto, impensable. Y, por lo tanto, prohibida, de facto. Todo esto parece muy conceptual, pero pondré un ejemplo y se entenderá: el día que un amigo nuestro tiene la necesidad de catalogarn­os de “imbéciles” porque no compartimo­s su planteamie­nto. Somos imbéciles porque hemos cruzado una raya que no sabíamos. El proceso no ha roto nuestro grupo, es la falta de respeto y la soberbia de algunos lo que nos hace aplazar –por prudencia– nuestra cena.

La vida es conflicto y sólo una sociedad amenazada por el cinismo de las élites y la infantiliz­ación de las masas puede pretender esconder bajo la alfombra un problema de grandes dimensione­s. El reto es aprender a discutir de todo sin considerar­nos propietari­os de la mente del otro.

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