Una viuda no es un viudo
Hace cinco años, un pastelero de Colorado, alegando que atentaba contra sus creencias religiosas, se negó a vender una tarta nupcial a una pareja gay. El pastelero fue denunciado por discriminación a los homosexuales y condenado por la Comisión de Derechos Civiles y por un juzgado estatal. El caso ha vuelto a ser noticia porque la Corte Suprema acaba de admitir a trámite su apelación. ¿Podría ser que su decisión contradijera las sentencias anteriores? Aunque los jueces conservadores son mayoría en la Corte Suprema, no parece que tal aberración jurídica vaya a producirse: equivaldría a dar cobertura legal a las más variadas formas de homofobia. Mientras leía la noticia, me acordé del caso de mi amiga Beatriz, víctima de una discriminación aún mayor. Beatriz, norteamericana de origen cubano, conoció en el 2004 a Isabelle, cantante de ópera con doble nacionalidad suiza y española, y al año siguiente iniciaron la convivencia. Una parte del año la pasaban en Nueva York y la otra en Ginebra. En el año 2009 se casaron en España y se inscribieron en el partenariat federal suizo, el registro de uniones civiles. Entretanto se afincaron definitivamente en Ginebra, e Isabelle, que al comienzo de su relación había superado un cáncer, sufrió una recidiva de la enfermedad. Esta acabó con su vida en el 2015. Allí empezó la batalla de Beatriz para obtener una pensión de viudedad.
Estamos hablando de Suiza, un país que, por su desmedida afición a los referéndums, algunos consideran un modelo de valores democráticos. ¿Ya no nos acordamos de que en un pequeño cantón suizo las mujeres no pudieron ejercer el derecho al sufragio hasta nada menos que 1991? Por mucho que le gusten los referéndums, la sociedad suiza es profundamente timorata y conservadora, y la equiparación entre sexos avanza allí bastante más despacio que en los países de su entorno. Sirva como ejemplo el hecho de que, así como en España la igualdad ante la ley hizo que el Constitucional extendiera a los hombres el derecho a obtener una pensión de viudedad, en Suiza ese derecho sigue siendo exclusivo de las mujeres. Pongo precisamente este ejemplo porque es relevante para el caso que nos ocupa. A mi amiga Beatriz, casada desde el 2009 y viuda desde el 2015, las autoridades suizas le denegaron el derecho a una pensión porque no la consideraron viuda sino viudo.
Volvemos a lo mismo, al profundo conservadurismo de la sociedad suiza. Si uno busca en internet, no encuentra sino elogios a la tradicional tolerancia de los suizos hacia los homosexuales, y se aduce como prueba la condición homosexual de la alcaldesa de Zurich. Pero la realidad es tozuda. Si ahora mismo en Holanda, Bélgica y España, los tres primeros países que legalizaron el matrimonio entre personas del mismo sexo, el índice de aceptación de este es respectivamente del 91,77% y 84%, en Suiza no llega al 51%: uno de cada dos suizos
En Suiza la tolerancia consiste en convertir a una viuda en viudo para no pagarle su pensión y desfavorecerla
sigue declarándose contrario al matrimonio igualitario cuando ya han pasado dieciséis años desde que los países europeos empezaron a legalizarlo. En el verano del 2005, por las mismas fechas en que las Cortes españolas lo refrendaban, lo que los suizos aprobaban en referéndum era sólo la unión civil. Dicho de otra manera: lo que aquí, como en Holanda y en Bélgica, era una apuesta decidida por la ampliación de derechos, en Suiza era una ratificación de viejas restricciones, de modo que las parejas homosexuales suizas que se inscribían en ese registro estaban acatando, por ejemplo, la prohibición de adoptar hijos. ¿En eso consiste la tan cacareada tolerancia hacia los homosexuales? ¿En imponerles los mismos deberes que a una pareja heterosexual pero negarles sus derechos?
Entre las otras restricciones está la que afecta directamente a mi amiga Beatriz. Una reforma en la ley de la Seguridad Social dispuso que, tras el fallecimiento de una mujer inscrita en el registro de uniones civiles, la superviviente de la pareja sería “asimilada a un viudo”. En eso consiste, pues, la tolerancia: en convertir a una viuda en un viudo para no pagarle su pensión, en asimilarla a la condición de hombre por su orientación sexual y con el único objetivo de desfavorecerla. Tras insistir inútilmente ante la Administración, Beatriz llevó el caso a la justicia, que el pasado mes de octubre le negó la razón en primera instancia. Pero negarle la razón a Beatriz es negársela también a todas las mujeres que se encuentran o se encontrarán en su misma situación, así que su batalla continúa. Este mismo mes de diciembre ha presentado el correspondiente recurso ante el Tribunal Federal, y está previsto que su caso acabe llegando al Parlamento suizo. Las organizaciones feministas han empezado a movilizarse y ya está en marcha una campaña para exigir la modificación de la ley. El lema es: “Une veuve n’est pas un veuf”, una viuda no es un viudo. Está tan claro que parece una perogrullada. Pero las verdades no dejan de ser verdades por ser de Perogrullo.