Ternura y crueldad
Demasiado cerca
Dirección: Kantemir Balagov
Intérpretes: Darya Zhovner, Veniamin Kac, Nazir Zhukov, Atrem Cipin
Producción: Rusia, 2017. Duración: 118 minutos. Drama.
Demasiado cerca nos sitúa en el norte del Cáucaso, allá por los años noventa, en plena disgregación de la Unión Soviética, y centra su mirada en una humilde familia judía señalada con el dedo por su entorno, dominado por la raza étnica de los cabardinos. El secuestro de un hijo y su novia será el pretexto para explorar un contexto social conflictivo, enfermizo, desesperante, cuyo catalizador será la figura de la otra hija, un personaje femenino complejo y potente, del que hace una excelente interpretación la actriz Darya Zhovner, cuyos rasgos recuerdan en más de un momento a Kristen Stewart.
Bajo la batuta del joven cabardino Kantemir Balagov, discípulo de Alexander Sokurov, Demasiado cerca sorprendió en el pasado festival de Cannes, donde se llevó el Premio de la Crítica, y es de veras una obra remarcable aunque muy dura y severa, cruda, áspera. Una escena de amor, por ejemplo, vista en plano fijo en un decorado sucio, casi parece una escena de violación y su tono es prácticamente el mismo de la escena en que contemplamos en un monitor imágenes de tortura y degollamiento. Balagov es implacable asfixiando a sus personajes en encuadres intencionados, muy elaborados y cercanos, como el plano de la madre secando el cabello de la protagonista en el momento en que le susurra al oído una revelación. Es tanta la sordidez de la historia y de los escenarios que cuando, al final, aparece un bello paisaje atravesado por un río y los personajes se relajan, Balagov lo disimula filmándolo dentro de un coche a través de los cristales amarillos da las ventanas traseras, como temiendo embellecer su película.
Pero, como en los melodramas de Maurice Pialat, con quien coincide el cineasta ruso desterrando el sentimentalismo, la crueldad de lo expuesto no impide que emerjan brotes de ternura y auténtica humanidad en unas criaturas perfectamente dibujadas; al fin y al cabo, aun sin juzgarlas, prevalece en ellas el célebre diktum renoiriano: “todos tienen sus razones”.