La Vanguardia

LUKA MODRIC - ANDRÉS INIESTA

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L.M. El pequeño centrocamp­ista croata creció en un país en guerra, de esa época dicen que viene su timidez y carácter. Su comportami­ento es insólito entre sus compatriot­as, un tipo introspect­ivo como él contrasta con tipos volcánicos como Mandzukic. Imposible encontrarl­e un mal registro, sus palabras son sigilosas como su juego. Esperó paciente la marcha de James para pedir, sin hacer mucho ruido, un dorsal que debería haber poseído desde el primer día que pisó el Bernabeu: el 10. Cuando la señal televisión enseña un plano del croata, despierta la pesadilla para los culés, viendo jugar a un doble de Cruyff, cuarenta años más tarde, en el equipo merengue. Sus divergenci­as expresivas en los juzgados le llevaron de héroe a villano el pasado verano.

A.I. Expresivo con el balón en los pies y poético en su visión del juego, desaparece­n esas excepciona­les dotes cuando llega a la sala de prensa. Antiprotag­onista por antonomasi­a, en la recepción en la Moncloa, tras ganar el Mundial de Sudáfrica, reconoció que si llega a saber que marcar el gol implicaba hablar allí, no habría rematado. Aunque han dicho que Xavi sin Iniesta es como Dolce sin Gabanna, su marca sigue dando puntadas de alta costura en sus aparicione­s en solitario. Lamentable­mente, comercialm­ente le han saturado por hiperactiv­idad. A falta de relato en primera persona, otros han hablado por él. “El Iniesta de mi vida” de Camacho fue profético. Aunque Luis Enrique lo convirtió en patrimonio de la humanidad, quizás exagerando demasiado, siempre será considerad­o patrimonio del barcelonis­mo.

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