La Vanguardia

Màxim Culé, en Madrid

- José María Brunet

Mi amigo Màxim Culé se ha empeñado esta vez en venir al Bernabeu para ver el clásico. “Sufrirás”, le avisé. Pero él, optimista por naturaleza, está convencido de que mañana su adorado Messi tendrá otra vez la ocasión de mostrar la camiseta del 10 a la grada blanca, para reivindica­rse y hacer rabiar a la merengada. “Yo esto no me lo pierdo”, dice. “El Madrid –añade– está este año muy tocado en la Liga. Seguro que palman”. En balde le he advertido de la buena trayectori­a de los blancos a lo largo del 2017. Màxim dice que el Barça es imparable en Chamartín, y que los resultados de las últimas temporadas lo demuestran. “Si estamos enchufados, no nos podrán parar”, asegura.

En realidad, el apellido de Màxim no es Culé, sino Solé. Pero su pasión es tan radical, que sus compañeros de la peña Batec Blaugrana se lo cambiaron porque el nuevo les pareció más ajustado a su personalid­ad. Ahora, ya nadie se acuerda de su verdadero nombre. Y Màxim lo ha interioriz­ado tanto, que un día acudió al Registro Civil con el propósito de hacer oficial el cambio. “Aquí sólo admitimos alteracion­es de los apellidos si los originales se pueden interpreta­r como denigrante­s u ofensivos”, le dijeron. “Y después quieren que nos fiemos de la justicia”, fue su reacción.

Los lectores habituales de La Escuadra no se sorprender­án. Ya conocen a Màxim. Fue él quien quiso que tratáramos de conectar con Euclides y Pitágoras para pedirles que inventaran un nuevo número que sustituyer­a al 10 cuando Messi se retirara. “El 10 es irrepetibl­e”, proclamó. El mejor homenaje a su ídolo –explicaba– sería que el sistema numérico elimine su dorsal, inutilizán­dolo para cualquier otro propósito.

Màxim es más forofo que provocador. Yo le temo, porque en sus momentos de depresión es capaz de cualquier cosa. Pero a veces también me sorprende por su lucidez. Un correligio­nario quiso llevar un día al Camp Nou una bandera blaugrana estelada. “¿Dónde vas con esto? ¿Estás sonado o qué?”, le dijo. Y el otro volvió a guardar la novedosa enseña con una mezcla de contraried­ad y respeto. Y es que Màxim ejerce de líder nato.

Consciente, en todo caso, del valor de los símbolos, Màxim me dijo que igual aparece mañana en el Bernabeu con una bufanda amarilla. “Quizá no lo entenderán –le dije–, igual creen que eres de la Unión Deportiva Las Palmas”. “Vaya si lo entenderán –me respondió–, pero si no lo captan, ya me vale; antes canario que perico”. No sé, al final, qué va a hacer. Pero estoy seguro de que lo que no se va a dejar en casa es su entrada para visitar por la tarde el Museo del Prado. “Iré otra vez a la sala de Velázquez –me explica–, porque hay un retrato que me pone. Es el del conde-duque de Olivares, a caballo. Cada vez que veo a aquel Aznar del siglo XVII –confiesa– me da un arrebato, me sube la presión y cargo pilas”.

Tras el partido, Màxim irá al Prado a ver al conde-duque de Olivares, porque así “me sube la presión y cargo pilas”

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