La Vanguardia

¿Cambio de modelo?

- Josep Oliver Alonso

Algo se mueve en la dirección de la economía española. Son tímidas, aunque esperanzad­oras, señales. Se trata de la elevación del 4% en el salario mínimo para el 2018, hasta los 736 euros/mes, un aumento que sigue al 8% que se aprobó en diciembre pasado a propuesta del PSOE como parte del acuerdo sobre el techo de gasto presupuest­ario. Aunque afecta de forma directa a pocos trabajador­es –unos 550.000–, ese cambio es notable por lo que tiene de ruptura respecto de su caída real entre el 2009 y el 2016: avance nominal medio del 0,7% anual, de 624 a 655,2 euros/mes. Y por lo que permite anticipar para futuras negociacio­nes colectivas, tras la reducción y congelació­n de salarios 2010-16.

Ese cambio obedece a dos razones. La primera, pura superviven­cia de los grandes partidos, amenazados por las organizaci­ones que han emergido en la crisis y que se han aupado sobre el hartazgo provocado por el injusto reparto de los costes de la recesión. La mejora actual del empleo, permiten dar por finalizada aquella parte del incremento de competitiv­idad vinculado a la contención de costes laborales. Con ello parece abrirse un resquicio a un cambio de tendencia en el retroceso de los salarios: entre el 2009 y el 2016, han caído del 51% al 47,6% de la renta nacional.

La segunda razón del cambio es que han hecho mella las críticas de la Comisión Europea, el FMI y la OCDE sobre el peso excesivo de la contención salarial en la mejora competitiv­a de España. Cierto es que el

Quizás empezamos a sentar las bases de una economía más sólida y con mejoras de productivi­dad

éxito exportador, y la contenida importació­n, son el reflejo de unos costes laborales por unidad de producto que, en los diez últimos años, primero cayeron intensamen­te y, posteriorm­ente, se han estabiliza­do. Pero también lo es que mientras su contracció­n 2007-12 se basó tanto en incremento­s de productivi­dad como en congelació­n o pérdida salarial, en la recuperaci­ón (2014-17) se han fundamenta­do básicament­e en bajos salarios: la productivi­dad por ocupado ha regresado a reducidos avances anuales del 0,5%, típicos de la expansión de los años 2000.

Es en este contexto de debilidad de la mejora competitiv­a en el que hay que evaluar la elevación del salario mínimo 2016-18 y la que se propone para 2019-20. Su incremento sube la presión para que las empresas que ocupan esos trabajador­es mejoren su capacidad competitiv­a. Y, más allá de ellas, apunta a que, a partir de ahora, deberían ser las mejoras de productivi­dad, que dependen de manera directa de la capacidad organizati­va de los empresario­s y de su inversión, la base del crecimient­o.

¿Final del ajuste salarial como motor de recuperaci­ón de la competitiv­idad ? Bienvenida sea. ¿Cambio de modelo hacia uno más centroeuro­peo? Ojalá. Finalmente, quizás comenzarem­os a sentar las bases de una economía más sólida a medio plazo. Las mejoras de productivi­dad son siempre, en todo tiempo y lugar, las que permiten subir el nivel de vida. No hay otro camino al bienestar.

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