La Vanguardia

ENEMIGO DE RUSIA

Moscú repudia al científico que destapó el plan de dopaje de Estado.

- SERGIO HEREDIA Barcelona

No habrá representa­ntes rusos en los Juegos Olímpicos de invierno, en Pyeongchan­g (Corea del Sur), que arrancan en febrero. Buena cosa para Rodchenkov. O mala.

Dos cosas han pasado desde aquel día de noviembre del 2015, cuando Rodchenkov decidió abrir la boca, llamar al cineasta Bryan Fogel y contarle su historia: Rusia ha sido expulsada del Comité Olímpico Internacio­nal (COI). Y Rodchenkov nunca podrá regresar a Rusia. Nunca.

–Nunca podrá descuidar su espalda. Y eso lo sabe.

Esto lo dice Jim Walden, el abogado de Rodchenkov.

Walden habla desde su bufete, en la 34.ª planta de un edificio de oficinas con vistas a Battery Park, en Nueva York.

Grigori Rodchenkov (58) no habla. Tampoco se sabe dónde se encuentra. Improbable que sea en Nueva York. Está escondido en algún lugar de Estados Unidos. Es un testigo protegido. No puede aparecer en escena. De hacerlo, lo matarán.

Le amenaza, por ejemplo, Leonid Tyagachev, presidente honorario del Comité Olímpico Ruso:

–Rodchenkov debería ser ejecutado como castigo por sus mentiras. Stalin lo hubiera hecho.

No hace falta recurrir a Stalin, retroceder un puñado de décadas. Dos colaborado­res de Rodchenkov han muerto en los últimos años. ¿Cómo? ¿De qué? ¿Alguien sabe algo? Rodchenkov se enteró de aquello, de la muerte de sus colaborado­res, por televisión. Para entonces ya había volado a Los Ángeles. Fogel, el director de cine, le había pagado el pasaje. El pasaje y la estancia en el apartament­o. Ese era el pacto.

Rodchenkov cantaba y Fogel le ayudaba a huir, a esconderse.

La consecuenc­ia definitiva del pacto es un documental.

Se titula Ícaro.

El documental luce jamesbondi­ano. Rodchenkov habla del laboratori­o antidopaje de los Juegos de invierno en Sochi, en el 2014. Era el jefe de aquel laboratori­o. Cuenta cómo manipulaba la cadena. A la hora de diseñar el laboratori­o, los arquitecto­s habían seguido sus instruccio­nes. Rodchenkov les había dicho dónde debían estar las puertas de entrada y salida. Dónde colocar las cámaras de vigilancia. Dónde montarle su propio desván.

En el desván, Rodchenkov hacía y deshacía. Trabajaba por encargo, bajo un oficioso salvocondu­cto ministeria­l.

–A medianoche, mientras nuestros deportista­s se subían al podio, yo cambiaba sus muestras de orina y sangre –cuenta.

(Rusia lideró aquel medallero, con 33 podios. De ellos, la Agencia Mundial Antidopaje le ha quitado quince; ahora es quinta en el medallero).

A través de un ventanal, Rodchenkov recogía y entregaba las muestras. De día, el ventanal quedaba oculto bajo una vitrina. A oscuras, Rodchenkov abría los frascos, evacuaba las tomas en el inodoro y los rellenaba con muestras limpias. Cuando los supervi- sores de la AMA revisaban las muestras, trabajaban en falso. Nadie sabía nada.

Todo le iba bien hasta que empezó a ir mal. En noviembre del 2015, la AMA anunció que estaba investigan­do el caso.

El Kremlin sabía. Rodchenkov sabía que el Kremlin sabía.

El presidente Vladímir Putin respondió a la AMA:

–Si alguien se ha saltado las reglas, entonces responderá individual­mente.

Aquel era un aviso para navegantes. Rodchenkov captó el mensaje. Iban a por él.

Rodchenkov y Fogel compartían un amigo, un agente del FSB, los servicios de inteligenc­ia rusos. Así, a través del agente, ambos se comunicaro­n.

Rodchenkov contó su historia a Fogel. Llegaron al quid pro quo. “Van a matarme. Tú me ayudas a salir y yo te regalo un documental”. Fogel compró la historia. ¿Quién no? Era un historión.

–¿Cuántos rusos se doparon en los Juegos de Pekín 2008? –le pregunta Fogel.

–El 30%.

–¿Y en Londres 2012?

–Al menos, la mitad. También hubo deportista­s rusos en Río 2016, también. Para entonces, el COI seguía tibio. Tenía una investigac­ión en curso. La había abierto el doctor Richard McLaren. Lo hacía basándose en informes propios y también en Ícaro.

Abiertamen­te, McLaren optaba por vetar a los rusos en Río. El COI contempori­zaba. Le pasó el muerto a las federacion­es. La Federación Internacio­nal de Atletismo (IAAF), en plena crisis de imagen, prohibió que hubiera atletas rusos en Río. Ni en los Juegos Olímpicos, ni en ninguna de sus grandes competicio­nes. La Federación de Halterofil­ia dijo lo mismo. El resto miró hacia otro lado. En Río, Rusia recogió 56 podios, con 19 oros. Fue la cuarta en el medallero.

Herido y cuestionad­o, el Kremlin señaló a Rodchenkov, el testigo protegido. En su conferenci­a de prensa anual, Putin cargó contra Rodchenkov y contra Estados Unidos:

–Rodchenkov está trabajando bajo el control de los servicios especiales estadounid­enses. ¿Qué sustancias le están dando para que cuente lo que está contando? Haber situado a Rodchenkov al

FUERA DE LOS JUEGOS

Las denuncias de Rodchenkov acabaron vetando a Rusia: no estará en estos Juegos de Invierno

frente del laboratori­o antidopaje fue un error. Yo sé quién cometió el error de situarlo allí. Pero ¿de qué vale acusar a alguien de eso precisamen­te ahora?

En Rusia, la familia de Rodchenkov llora su ausencia. Será improbable que lleguen a reunirse algún día.

–Rodchenkov está triste, pero se mantiene en contacto con su mujer –dice Walden, su abogado–. Tiene sus días buenos y sus días malos.

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NETFLIX / NETFLIX Grigori Rodchenkov, de frente, conversa con el cineasta Bryan Fogel, durante la filmación de Ícaro

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