La Vanguardia

Se llamaba Álvarez

- Xavi Ayén

Gabriel García Márquez, que se sabía hacer muy bien el modesto, decía que él no abusaba nunca del punto y aparte por una razón: porque “es el recurso de los escritores para pedir el aplauso del lector y detenerse a escucharlo”. Desde luego, lo mejor que se puede hacer con el talento propio es ignorarlo, como bien explica en sus memorias el editor Jorge Álvarez (1932-2015), quien llega a confesar: “Como muchos argentinos, me he pasado la vida realizando el enorme esfuerzo de no demostrar lo ingenioso que se puede ser”, ya que la ironía porteña suele ser un arma de doble filo.

Álvarez estuvo a punto de ser el editor de García Márquez pero se le adelantó, por los pelos, Paco Porrúa enviándole un cheque de 500 dólares al colombiano para que pagara los alquileres atrasados de su piso en Ciudad de México, por lo que “tuve que conformarm­e”, dice Álvarez, con Rodolfo Walsh, Lezama Lima, Manuel Puig, Juan José Saer o Ricardo Piglia. Nada menos. Por no citar a Quino, a quien convenció de que publicara las tiras de Mafalda en libro, cosa que no veía clara.

Jorge Álvarez es uno de esos hombres que siempre pudieron pasear por la calle sin que les reconocier­an, pero que sin embargo han sido básicos en nuestra historia cultural. Además de editor, fue productor musical, padre del rock argentino –incluso el general Perón le encargó organizar algún concierto– y, en su activa etapa en la movida madrileña, Lola Flores lo escogió para que lanzara a sus hijos Rosario y Antonio al estrellato. Explica que su ingrata labor en el sector consistía, en buena parte, en prohibir las cervezas y los porros durante los ensayos y grabacione­s de los artistas. Pero, sobre todo, Álvarez fue el creador de Mecano –“un invento del departamen­to de marketing de la CBS”, publicó entonces un destacado crítico– y del Olé Olé de Marta Sánchez, cantante a quien, tras mucho insistir, consiguió cambiarle totalmente el modo de vestir ya que, cuando llegó, “se escondía los pechos porque su madre le decía que tanta teta no daba fino”.

Los amigos de sus últimos años cuentan, desde Buenos Aires, truculenta­s escenas a las que la ludopatía condujo a Jorge Álvarez en algunas etapas de su vida. Sin embargo, nosotros quedamos con su inmenso catálogo, desde las ocurrencia­s de Mafalda hasta las páginas de Piglia o, por supuesto, esas canciones pegadizas –No controles– en las que hemos descubiert­o que Álvarez ejerció su influencia.

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