Artículo 10
No soporta Messi a la grada del Bernabeu y la castiga con fútbol y promiscuidad gestual
Se va de vacaciones el Barça encantado de haberse conocido. Radiante a finales de diciembre. Le fue vaticinada al equipo de Valverde “la llegada del invierno”, entendida la expresión seriófila como un porvenir de tiempos gélidos y grises. Las derrotas de la Supercopa presagiaron medio Apocalipsis. Tenía hasta cierta explicación. La imagen remitía a escombros. Pero no. Habrá que estudiar con el tiempo esta fenomenal recuperación. El auténtico Espai Barça, la remodelación integral de un edificio con mala pinta, es lo que ha protagonizado este sorprendente equipo al que nadie reconoce como el mismo de agosto.
Se la tenían jurada los jugadores blaugrana al Bernabeu por aquellos dos malos ratos, hoy espejismos, y su partido transmitió venganza, en especial por el modo escogido, muy al estilo que convirtió en mítico al club. El Barça cocinó el partido lentamente, ralentizándolo con toda la intención en la primera parte fingiendo conformismo y especulación. Superado el descanso, cuando el madridismo se frotaba las manos viendo lo que tenía en el banquillo (Isco, Asensio y Bale, nada menos), los blancos fueron aplastados por un vendaval de denso centrocampismo. El primer gol sirvió de antología: la salida de balón de Busquets fue un espectáculo en sí misma, homenajeando a su amigo Xavi con un caracoleo de lágrima para puristas. Cabalgó Rakitic acto seguido, encontró a Sergi Roberto y este sirvió el balón a Suárez, el Eto’o uruguayo, que fusiló a Navas. Jugada monumental y retorno a los orígenes. Messi, hilo argumental que da explicación y sentido a los éxitos tangibles (los títulos) y etéreos (las formas) del Barça contemporáneo, desplegó también una soberana exhibición. Otra más. La celebración desatada de su gol le volvió a delatar. No soporta el argentino a la grada del Bernabeu. Y la castiga con fútbol y promiscuidad gestual. El ambiente en Chamartín destilaba artículo 155. Mandó el artículo 10. Aunque fueran dos horitas.
Ernesto Valverde sale reforzado del clásico. El entrenador aburrido entregó al barcelonismo una sesión de entretenimiento comparable a las grandes gestas recientes en el coliseo blanco. Fue como una guinda a sus 25 partidos seguidos sin perder. Y con Vermaelen de central (ahí el milagro es colosal) e infinito peor banquillo que su oponente. Es evidente que la victoria no debería modificar los planes que técnicos y directiva tenían previstos para el mes de enero. El Barça necesita subir de nivel sus recambios. André Gomes, segundo suplente ayer, volvió a pedir la baja evitando que la goleada fuera aún mayor.
Zidane, por su parte, sale trasquilado del partido. Mourinheó el técnico francés de un modo alarmante, laminando la capacidad de creación de su plantilla, presa de un miedo que engrandeció al rival y le inoculó un plus de confianza que quizás todavía no tenía. Poner a Kovacic y sentar a Isco es asustarse, condicionar el juego propio al del adversario (tapar a Busquets) hasta la autolesión. Así lo entendió su público, que además de protestar al árbitro
(mourinheó también la grada, estimulada por comportamientos como el de Ramos), silbó las decisiones del entrenador. Sus jugadores, quizás agotados por el ajetreo del Mundial de clubs, deambularon sin fe a medida que avanzó el partido. Hubo una imagen reveladora: Asensio y Bale esperando su entrada al partido desde la banda minutos y minutos sin poder hacerlo porque el balón no se iba fuera, el Barça lo remenava (poca traducción tiene el magnífico verbo) fuera del alcance de los futbolistas locales. Perdidos.