La Vanguardia

Matemática de la rivalidad

- Sergi Pàmies

Salir del Bernabeu cuando aún no ha acabado el año con catorce puntos de ventaja sobre el Madrid provoca un vértigo reconforta­nte. Cada culé lo vive a su manera, y no siempre resulta fácil distinguir la corriente de alegría por la victoria propia y la euforia por la derrota ajena. Que, además, el partido se jugara a la una provocó que, con toda la tarde y la noche por delante, empezaran a deambular por el país manadas de barcelonis­tas felices dispuestos, a deshora, a invertir en lo que fuera tantos excedentes de satisfacci­ón. Horas antes del partido, hablando con un madridista fáctico, me sorprendió que, comentando la diferencia de puntos, me dijera que si el Barça ganaba, les llevaríamo­s ocho puntos. A mí me salían catorce, pero también es verdad que no acabé el bachillera­to porque fui incapaz de entender la complejida­d de un número más que temible que entonces denominaba­n número E.

El caso es que el madridista fáctico daba por hechas algunas victorias, contaba con los tres puntos de un partido pospuesto y sacaba conclusion­es típicas de una cultura deportiva que, si se tercia, no duda en dejar de ser cultura y deportiva. Esta capacidad de superar la adversidad a base de una cohesión tribal reactiva identifica al Madrid y hace que, con una facilidad tan eficaz como insultante, pueda asumir consignas que tanto pueden convertirl­o en un remontador profesiona­l de competicio­nes aparenteme­nte perdidas como en un adversario psicológic­o capaz de hacerle creer al líder que es más vulnerable de lo que cree. Y la prueba de que este cálculo inverosími­l de diferencia­s y expectativ­as les da resultado es que, con el 0-2 en el marcador, uno de los culés con quienes tuve la suerte de ver el partido andaba arriba y abajo vociferand­o

Esta capacidad de superar la adversidad a base de una cohesión tribal reactiva identifica al Madrid

mandamient­os de tribunero conspicuo como: “¡No podemos jugar tan mal!” o “¡Esta película ya la he visto. ¡Ahora marcan, remontan, empatan y nos dan por el saco!”.

La matemática culé según la cual el Madrid es capaz de remontar tres goles en dos minutos está basada en hechos reales, mientras que la matemática madridista según la cual catorce puntos son en realidad ocho es más discutible. Dejando a un lado los números, estamos aprendiend­o a darnos cuenta de los méritos del Barça de Valverde a medida que asumimos algunas de sus imperfecci­ones. Y, aunque no lo manifestam­os en voz alta, nos damos cuenta de que algunos de los dogmas que nos habíamos impuesto como pilares de nuestra fe –el dibujo táctico, el juego de posición o la idoneidad de fichar a Paulinho– son más relativos que nunca. Y cuando confrontam­os el placer de una victoria como la de ayer en el Bernabeu con la impoluta integridad de nuestros principios barcelonis­tas, preferimos ser pecadores contradict­orios que fieles consecuent­es.

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