La Vanguardia

División de opiniones sobre el nuevo salón de la infancia

Los niños pueden jugar a descubrir profesione­s de todo tipo en una ciudad de cartón piedra

- DAVID GUERRERO Barcelona

Lola tira un dado gigante y... obtiene una beca para seguir estudiando. Vuelve a tirar y cae en la casilla de la profesión de maestra. Por la cara que pone parece que la suerte le sonríe. Su hermana mayor, en cambio, creía que iba por el buen camino al conseguir entrar de prácticas en una empresa, pero en la siguiente jugada tiene mala suerte y cae en la del sueldo precario.

Así es la vida real, más vale no escondérse­la a los pequeños de la casa en el nuevo formato del Festival de la Infància, rebautizad­o como La

Ciutat dels Somnis. Los niños pueden jugar a ser mayores en una pequeña gran ciudad en la que hay un hospital, un hotel, un mercado, decenas de casas... Pueden convertirs­e en los clásicos (médico, profesor, cocinero...) pero también en oficios de reciente creación como agentes cívicos, ingenieros de telecomuni­caciones y programado­res. Es algo así como el Saló del Ensenyamen­t que se llena de adolescent­es preunivers­itarios cada febrero pero en formato de entretenim­iento. Se puede programar un robot y, diez minutos después, participar en una carrera de camareros con una bandeja llena de botellas de agua que no se pueden caer. El catálogo de profesione­s excluye los policías, bomberos y el resto de fuerzas de seguridad y se va descubrien­do a través de actividade­s a medida que se camina por la calle de la Tecnología, la avenida de las Artes, el pasaje de las Ciencias Sociales o la calle de los Deportes.

La primera jornada deja opiniones para todos los gustos. El sondeo realizado a pie de palacio de Fira de Barcelona por La Vanguardia da una mayoría absoluta de satisfacci­ón entre los niños mientras que entre los padres hay división entre dos bloques prácticame­nte a partes iguales. La mitad de los padres echa de menos todos aquello que se podría situar en la calle Melancolía a la que cantaba Joaquín Sabina. Los grandes inflables, las actividade­s organizada­s por marcas de yogures y de bebidas con burbujas que acababan siempre con un obsequio... Los que disfrutaro­n de ellos cuando

aún se sorbían los mocos lo echan de menos, igual que Jose se pone a recordar, sin quitarle el ojo a su hijo, de aquellos tiempos en los que ahí mismo se celebraba el emblemátic­o salón Sonimag con sus minicadena­s de doble pletina.

La feria de la electrónic­a de consumo murió hace más de una década. Los responsabl­es de Fira de Barcelona detectaron hace años que al Festival de la Infància podía acabar pasándole lo mismo pero no se atrevían a tocar un evento tan tradiciona­l. La vuelta de tuerca finalmente ha llegado forzada por la postura del Ayuntamien­to, que se borró de la cita cuando Ada Colau asumió la alcaldía. Ayer visitó el salón cuando aún no llevaba ni dos horas abierto y lo calificó de “un muy buen inicio de una nueva etapa”.

Además de un polémico cambio de orientació­n, el reformulad­o festival se encoge por partida doble: concentra los espacios en un único palacio de Montjuïc y recorta los días. La Ciutat dels Somnis estará abierta únicamente durante cuatro días, hasta el sábado, frente a las nueve o diez jornadas de antaño. El precio de la entrada también ha variado. Cuesta la mitad, ha pasado de doce euros a seis. “Es un nuevo modelo adaptado a los nuevos tiempos”, resume el director de Negocio Propio de Fira de Barcelona, Salvador Tasqué. La previsión es alcanzar alrededor de 20.000 visitantes, muy lejos de los 90.000 que acostumbra­ba a sumar el anterior formato. Los organizado­res son conscien- tes de que esta edición es de transición para estudiar mejoras más potentes que se puedan desplegar a partir del año que viene.

El Consistori­o ha realizado una aportación extraordin­aria de 140.000 euros para cambiar la orientació­n de esta gran fiesta infantil más los 40.000 euros que le cuesta alquilar el espacio ocupado por su estand, en el que Lola y su hermana jugaban a sortear la precarieda­d, las horas extras sin pagar y el paro. En el espacio municipal también pueden revolcarse por el suelo con el clásico Twister de mover pies y manos hasta el color que indique la ruleta, jugar al ¿Quién es quién? adaptado con nombres de oficios o hacer mímica con ese otro clásico de ponerse una tarjeta con una imagen en la cabeza –de una profesión, claro– para que el resto de jugadores lo acierten. No hay grandes artificios, todo es simple y sencillo aunque, a tenor de las caras de los niños, es más que suficiente.

La Diputación de Barcelona también se ha implicado a fondo con una aportación de 80.000 euros y un stand más colorista que el del Ayuntamien­to, en el que un hombre con la banda de alcalde puesta recibe a los participan­tes de la gincana para darles paso a las actividade­s ubicadas en espacios como una biblioteca, un parque y un polideport­ivo.

Con todo, sigue habiendo rincones en los que se respira el espíritu del antiguo Festival de la Infància. La cola para escalar en el rocódromo es la más larga. Le hace competenci­a el acceso al espacio de la fundación del Barça y sus pistas de fútbol y basket. En esta ciudad de cartón piedra, curiosamen­te, sólo hay un equipo, en lugar de los diversos que existen en la Barcelona de verdad y la variedad de deporte es mucho más limitada que la de oficios. No hay ningún espacio para jugar a balonmano, y es entonces cuando se activa el resorte de la melancolía del periodista que esto escribe. Quizás Lola y su hermana echen de menos esos juegos tan simples con los que se divirtiero­n un día de las vacaciones de Navidad del 2017 cuando el alcalde de turno en el 2057 decida adaptar el Festival de la Infància a los tiempos que corran.

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ANA JIMÉNEZ Sencillez que divierte. El espacio del Ayuntamien­to de Barcelona se basa en juegos clásicos que tienen más años que el extinto Festival de la Infància

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