Inocencia perdida
La costumbre de publicar noticias falsas en el día de los inocentes se ha perdido, en parte, porque las informaciones reales superan con creces la imaginación de los periodistas al idear verdades ficticias, como explica Imma Monsó: “Hemos agotado nuestra capacidad de asombro. Y ante la extrema dificultad del consumidor de separar el grano de la paja, cada día son más los que optan por creerse sólo lo que les interesa, sólo lo que concuerda con sus gustos e ideas”.
Durante el franquismo que yo viví la prensa tenía un tono gris: todas las noticias parecían verdad, incluso las que no lo eran. Su aspecto era uniforme, aburrido: la censura imponía márgenes de maniobra estrechos y era raro dar con noticias llamativas, de esas que a menudo llamamos “increíbles”. Quizá por eso las inocentadas periodísticas que se publicaban tal día como hoy eran todo un acontecimiento. Consultando la hemeroteca de este diario compruebo que, a pesar de estar destinadas a sorprendernos, eran noticias bastante ingenuas. Y por si fuera poco, al día siguiente el mismo medio, la radio o la televisión emitían el correspondiente desmentido.
No es extraño que esa costumbre haya perdido hoy todo el sentido. Para empezar, las noticias verdaderas que parecen falsas son casi la norma: Trump ganó las elecciones... ¡y no fue una inocentada! Este año han muerto más de un centenar de individuos tratando de hacerse una selfie... ¡y no es una inocentada! Hace unos meses unos padres colgaron en YouTube cómo arrancaban un diente a su hijo enganchándolo con una cuerda al pomo de la puerta y tirando de ella... Y no sólo no era una inocen- tada sino que al día siguiente otros tres padres hacían lo mismo con una furgoneta, una moto y un dron, respectivamente. Y qué decir de las noticias asombrosas a las que ha dado lugar el procés: parecían mentira pero eran verdad. O viceversa. Porque esa es otra: cada noticia asombrosa pero verdadera tiene su correlato en una noticia falsa. El resultado de habitar un mundo en que realidad y mentira compiten ferozmente por sorprendernos es que hemos agotado nuestra capacidad de asombro. Y ante la extrema dificultad del consumidor
Bajo el franquismo la prensa tenía un tono gris: todas las noticias parecían verdad
de separar el grano de la paja, cada día son más los que optan por creerse sólo lo que les interesa, sólo lo que concuerda con sus gustos e ideas. Al fin y al cabo, es una manera como cualquier otra de discernir la mentira de la verdad. Sin duda no es la mejor, pero la mayoría de la gente trabaja muchas horas y no tiene tiempo para andar contrastando la información que le llega, en la mayor parte de casos, a través de sus endogámicas redes sociales y grupos de WhatsApp.
Si la confusión prospera, es posible que los medios y las agencias de noticias que se pretendan rigurosos deban cambiar su orientación y dedicarse en exclusiva a desmentir lo publicado en las redes. Ya hay medios que dedican un pequeño espacio a contrarrestar los fakes. Pero hay que pedir más, se necesita más espacio, más tiempo, más especialización: másteres, posgrados. Especialistas en desmentidos nacionales, especialistas en desmentidos internacionales. Diarios y programas enteros destinados únicamente a ello. Por ahora, no vislumbro otra alternativa al peligro de que todos acabemos encharcados en la podredumbre que generan y alimentan las insaciables cloacas mediáticas.