La Vanguardia

Quien no se conforma

- Quim Monzó

Ayer esta columna hablaba de vino; hoy seguimos con lo mismo. Hace un mes la Interprofe­sional del Vino española –que reúne a los implicados en el sector– inició una campaña que tiene como objetivo que la gente joven deje de rechazar al vino. Su lema de combate es “Marida mejor tu vida con vino”. Quieren que dejen de considerar­lo como algo de personas mayores. España es el Estado con más viñedos del mundo, el que más vino produce y el que más exporta. Pero en sólo treinta años (entre 1985 y el 2015) su consumo ha bajado a la mitad. En general beben vino los de más de cincuenta años. A mí, en una campaña como esta, el uso del verbo “maridar”, tan manoseado, me parece penoso y contraprod­ucente, pero mucha gente anhela los clichés de moda, oh yeah. El Ruso de Rocky, la agencia encargada de la campaña, quiere revertir la percepción que la mayoría de jóvenes tiene del vino para que lo tomen a la hora de “socializar”, como dicen ahora. Lo hacen con anuncios en medios juveniles, de perfil femenino, de viajes, y con la siempre bienvenida ayuda de influencer­s. Dice uno de los responsabl­es de la campaña: “No es tarea fácil. El objetivo es rejuvenece­r, cotidianiz­ar y acercar a los jóvenes al vino, explicarle­s que no hay que saber, simplement­e hay que disfrutar”. Me gusta eso de que “no hay que saber”. Porque una de las cosas que ha hecho que buena parte de la juventud se mantenga distanciad­a son esos rituales de supuestos connaiseur­s que centrifuga­n su copa como si les fuera la vida en ello y emiten veredictos de cata más abarrocado­s que el de Raimundo Viejo a la hora de valorar el porrazo de Catalunya en Comú el 21-D.

Yo, cuando “socializab­a”, me dedicaba a los gin-tonics o al whisky. Ahora que hace años que no “socializo”, y que pronto hará cinco meses que no bebo alcohol, he tenido que buscarme la vida. Primero, con cervezas 0,0. Para reproducir el gesto de alargar la mano hacia el vaso de Jameson mientras leo o escribo, he llegado a tomar seis y siete latas de Free Damm de una tacada. Ahora he entrado en el mundo de los vinos desalcohol­izados. Igual que hay café descafeina­do hay vinos desalcohol­izados. No son mosto sino vino que ha seguido todo el proceso habitual y al que después (por medio de una técnica que llaman spinning cone co

lumn) le quitan el alcohol. La mayoría son horrorosos, pero he encontrado uno que es aceptable: Natureo, hecho con uva moscatel y producido por Miguel Torres. No es vino, queda claro, y no sirve si lo que quieres es la pequeña embriaguez que el vino proporcion­a. Pero el sabor es agradable, un punto ácido. En las tiendas de licores es difícil de encontrar, pero si lo compras on line te llega a casa en seguida. Lógicament­e, en los países de tradición vinícola como el nuestro tiene poca salida pero, en cambio, es un éxito en la Europa del norte. Incluso te lo ofrecen con nota de cata: “Color amarillo pálido. Sutil, tenue, con fresco aroma afrutado. En boca es suave, fresco, con sabor goloso y un delicado final cítrico”. ¿Qué más puedes pedir a falta de una copa de vino auténtico, del de verdad?

En sólo treinta años el consumo de vino ha bajado a la mitad y es evidente que hay que poner remedio a eso

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