La Vanguardia

Sobre la corrupción política

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En España se ha producido “la captura del Estado por los grandes grupos económicos” y “las élites se han atrinchera­do dentro del Estado hasta convertirl­o en baluarte de sus intereses”. Estas contundent­es afirmacion­es no han salido de la boca de ningún político durante la última campaña electoral, sino que han sido pronunciad­as por prestigios­os especialis­tas en el I Congreso de Historia de la Corrupción Política en la España Contemporá­nea, celebrado en Barcelona los días 14 y 15 de este mes. Fue un encuentro interdisci­plinario –historiado­res, politólogo­s, economista­s, penalistas, etcétera– dedicado a poner en común los conocimien­tos que uno tiene sobre este preocupant­e fenómeno.

Aunque no faltó la comparació­n con los análisis de los historiado­res europeos, el objeto esencial del encuentro era el estudio de las prácticas corruptora­s en España desde los inicios del liberalism­o –en las Cortes de Cádiz ya se denunciaro­n– hasta la actualidad, pasando por el régimen de notables y caciques del siglo XIX y las dos dictaduras del siglo XX. La diagnosis sobre la situación actual no fue optimista: si bien no se puede decir que esté generaliza­da, la corrupción es sistémica en algunos sectores, como la contrataci­ón pública –que significa un tercio de las condenas judiciales–, el urbanismo y la concesión de subvencion­es. Y como es bastante sabido, la mayor parte de los recursos sustraídos por procedimie­ntos corruptos van destinados a la financiaci­ón de los partidos políticos. La debilidad de los mecanismos de control de la actuación de políticos y funcionari­os, y la escasa exigencia de dar cuentas de la gestión, permite que la corrupción hoy se localice sobre todo en el ámbito local –41% de las denuncias–, autonómico –4%– y estatal –27%–, aunque por su volumen económico es mucho mayor en esta última administra­ción.

En el congreso se analizaron las estrategia­s corruptora­s de diferentes grupos económicos –desde la Banca Rothschild a Juan March, pasando por las Minas del Rif–, y también la implicació­n de los monarcas en prácticas corruptas –Fernando VII, la regente María Cristina de Nápoles, Isabel II y Alfonso XIII–. En la sesión de clausura Angel Viñas denunció la corrupción sistémica del régimen franquista y dio datos sobre la fortuna acumulada por el dictador y los procedimie­ntos que utilizó.

También se debatió sobre la historia de la persecució­n penal de la corrupción y las di- ficultades que siempre han existido para convertir en delitos los abusos de políticos y funcionari­os. Se analizaron las trabas puestas en la persecució­n y condena de los corruptos y de los corruptore­s, a causa del escaso interés de los gobernante­s por establecer una justicia rápida y eficaz. En este terreno, es significat­iva la tendencia de los políticos a hablar mucho más de administra­ción de justicia que de poder judicial, hecho revelador de las apetencias de influir en su funcionami­ento, buscando dificultar su independen­cia.

Fueron ilustrativ­os los datos aportados por Manuel Villoria sobre la relación entre la desafecció­n de los españoles hacia el actual sistema democrátic­o y la sensación de corrupción generaliza­da. En sólo 10 años la satisfacci­ón política –la confianza en las Cortes, el Gobierno y las institucio­nes– ha bajado en España más de 30 puntos, situándose muy por debajo de la media de la Unión Europea. La actual percepción ciudadana es que en España la corrupción es muy alta: en el año 2017 así lo valoraba el 94% de los españoles, cuando la media europea es del 68%. Esta gran diferencia es resultado del sentimient­o mayoritari­o del gran incremento de la desigualda­d social a causa de las políticas anticrisis económica, de la protección gubernamen­tal a los intereses bancarios y de la ampliación de la corrupción. No nos debemos extrañar de estas percepcion­es si resulta que gobierna España el partido que está involucrad­o en más casos de corrupción de toda Europa.

Los debates interdisci­plinarios permitiero­n detectar cuestiones que requeriría­n respuestas bien argumentad­as: ¿hasta qué punto la corrupción ha sido un elemento que ha dificultad­o la democratiz­ación española? ¿Qué ha supuesto para el actual régimen democrátic­o el hecho de que durante la transición no se exigieran responsabi­lidades a los políticos, funcionari­os, jueces y empresario­s corruptos? ¿Cuáles han sido los costes económicos de la corrupción? ¿Ha significad­o un factor de retraso al mermar considerab­les recursos públicos? ¿Podemos hablar de la existencia de un neocaciqui­smo a nivel local configurad­o en torno a la corrupción? ¿Hay en la sociedad española una cultura de tolerancia con la corrupción? ¿Por qué la denuncia y la condena penal no siempre castigan electoralm­ente a los políticos corruptos?

Como se puede ver, los especialis­tas tenemos todavía mucho que investigar y que debatir. Pero si se quiere acabar realmente con esta lacra tan arraigada y nociva este es un reto que afecta al conjunto de la ciudadanía.

En España la corrupción es sistémica en sectores como la contrataci­ón pública, concesión de subvencion­es y urbanismo

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