Escuchando a Mozart junto al crematorio
El polaco Tadeusz Smreczynski, uno de los supervivientes que testimonian el Holocausto en el libro de Laurence Rees, intentó comprender cómo los nazis podían ser tan crueles y al mismo tiempo considerarse gente civilizada. En algunas de sus jornadas en Auschwitz Birkenau, oyó a la orquesta del campo tocando obras de compositores alemanes, austríacos e italianos. “Los de las SS estaban sentados junto al crematorio donde se incineraba a los niños y sus madres, a mujeres y hombres. El viento de Birkenau arrastraba el humo del campo de exterminio, pero ellos estaban allí sentados escuchando a Mozart y otros. El ser humano es capaz de esto. Ahora creo que estaban satisfechos por haber cumplido con su trabajo y les tocaba un rato de ocio cultural. No veían ningún dilema”, explica Tadeusz en el libro. A renglón seguido, Rees reproduce la versión aportada por uno de los miembros del destacamento de las SS en Auschwitz: Oskar Groening, que trabajaba en el departamento económico del campo, en concreto, contando el dinero robado a los judíos. “Estábamos convencidos de que había una gran conspiración del judaísmo contra nosotros, y esa idea se reflejaba en Auschwitz. Había que evitar que se repitiera lo ocurrido en la Primera Guerra Mundial, es decir, que los judíos nos hundieran. Se está matando a los enemigos que hay dentro de Alemania; si es preciso, se los extermina. Entre esas dos batallas, la del frente de guerra y la del frente nacional, no hay diferencia. Así que sólo exterminábamos enemigos”, aduce Groening. Como la mayoría de los 3.000 miembros de las SS destinados en Auschwitz, él nunca tuvo que mancharse las manos de sangre; el porcentaje de hombres de las SS que trabajaban en las fábricas letales de los crematorios era reducido. Y para Groening, esta “distancia” frente a las matanzas fue “el factor decisivo” que le permitió seguir trabajando con relativa satisfacción. Tanto era así que, en su tiempo libre, participaba en competiciones de atletismo de las SS. Un campeón.