La Vanguardia

Una ciudad terrenal

- Toni Muñoz

Reproduzco las sensacione­s de mi hija de dos años cuando ayer visitó la Ciudad de los Sueños, a partir de los gestos, sollozos y palabras que deduzco que pronunció: “Ayer fui a la Ciudad de los Sueños, aunque mi padre no paraba de llamarle Salón de la Infancia. Me lo pasé muy bien jugando con los niños de mi edad a pintar, a las cocinitas –algunos fogones todavía llevaban pegada la etiqueta del Ikea y ya los conocía porque es la misma que tiene mi amiga Mia en su casa–. El espacio era amplio. No había poca gente, pero tampoco había mucha. Mi padre frunció el ceño cuando vio un parchís en el que se mandaba a los niños al paro o en el que no se cobraban las horas extras. ‘Suerte que era la Ciudad de los Sueños y no la Barcelona actual’, refunfuñó. Todos los juegos estaban imbuidos de un cierto aire ecosociali­sta, actividade­s con con- ciencia que convertían la Ciudad de los Sueños en una de terrenal. ‘¡Ya está bien!’, refunfuñó mi padre. Yo pensaba que me lo decía a mí porque acababa de llenar el pañal, pero se ve que se quejaba porque sólo había cambiador en el lavabo de señoras. ‘Siempre igual. Los hombres también tenemos derecho a cambiar a nuestros hijos’, se quejaba mientras entraba medio avergonzad­o en el baño femenino. La oferta para los niños de mi edad era limitada pero los mayores tenían cara de pasárselo muy bien. Mi padre me había dicho que en el Salón de la Infancia podría jugar con cosas que no me caben en casa, supongo que lo decía por el campo de fútbol, por el circuito de bicicletas y patinetes del RACC o por el rocódromo, solo espero que no lo dijera por las cocinitas que es lo que me he pedido para Reyes. De tanto jugar me cogió hambre y empecé a inquietarm­e. Ahora lloro, ahora quiero ir en brazos, ahora quiero el chupete, ahora araño a papá... hasta que me dijo que iríamos a comer una pizza. ‘¡Pizzam, piz- zam!’, exclamé. (Hace poco que he aprendido esta palabra). Nos adentramos en la zona de las mesas donde ya había familias, que en una acertada estrategia de veteranía se trajeron la comida de casa, y nos pusimos en la cola para pedir la pizzam. ‘¡Pero qué se han creído! –exclamó papá–, 14,50 por una trozo de pizza y una bebida!’. Le ofrecí un billete de mentira que me llevé de la caja registrado­ra con la que estuve jugando en la zona de las cocinitas, pero papá me dijo que aquello no servía, que era la Ciudad de los Sueños pero que allí el dinero tenía que ser de verdad. ‘Pizzam, pizzam, pizzam’, dije esta vez entre sollozos. Fuera, en medio de una ventolera de miedo, no había pizza. ‘Saldremos y volveremos a entrar’, dijo papá ocurrente. ‘Si sale no podrá volver a entrar, a no ser que vuelva a comprar una entrada’, le advirtiero­n en la puerta. Quizás fue la decepción, pero de pronto estaba rendida. Mientras cerraba los ojos sentí de fondo: ‘Cariño, ya volveremos el año que viene’. Entré en otro sueño. El de verdad”.

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ANA JIMÉNEZ Un grupo de niños juega con la comida en uno de los espacios del salón
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