Aporofobia y precariedad juvenil
POCAS veces una palabra tiene una madre reconocida: el neologismo elegido como palabra del año 2017 por la Fundéu es una excepción. Su autora es la filósofa Adela Cortina y su significado, el miedo, rechazo o aversión a los pobres. “Era necesario poner nombre a un fenómeno que existe y es corrosivo”, afirmó en su día Cortina. Cuando intentamos poner cara a la aporofobia nos vienen a la mente personajes como Trump, Le Pen, Wilders o Kaczynski. Son los paladines del populismo que apela a los bajos instintos, la evidencia de que lo que llamamos xenofobia es en realidad aversión a los extranjeros pobres. Será difícil encontrar otra palabra del año con tanta carga social.
Al hilo de una lectura reciente, nos permitiremos apuntar aquí otra tendencia que se ajustaría a la filosofía de la aporofobia, en este caso más bien por omisión. Se trata del rechazo creciente que merecen, por saturación, las informaciones sobre la precariedad laboral y sobre su efecto en la pobreza juvenil. ¿Cuántas veces no hemos oído a alguien que, con condescendencia, reacciona ante ellas culpando a los jóvenes que viven en precario de no haber sabido formarse adecuadamente o de no tener valor para buscarse la vida fuera?
Pone el dedo en la llaga la ganadora del último premio Anagrama de Ensayo, Remedios Zafra, con el libro El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital ,enel que introduce el siniestro concepto de “la vida constantemente aplazada”. Se refiere a la habilidad que ha encontrado el sistema para aprovecharse del entusiasmo creador de los más jóvenes; es decir, la pasión que “permite mantener la velocidad productiva y esconder el conflicto bajo una máscara de motivación capaz de mantener las exigencias de la producción a menor coste”. Pero siempre con la esperanza de que, un día, saldrán de pobres y tendrán derecho a disfrutar de esa vida aplazada. Muy pronto, dar la espalda a este drama se denominará también aporofobia.