El cónsul separatista
La rueda del tiempo da muchas vueltas, pero a veces, revolviendo papeles del pasado, salen cosas que podrían ser de hoy mismo. El 30 de diciembre de 1920 –hace exactamente noventa y ocho años– el diario de Madrid El Imparcial publicó un artículo cargado de veneno titulado “Un cónsul separatista”. Lo firmaba Adolfo Marsillach –abuelo del director teatral del mismo nombre– y apareció en la sección Cartas Catalanas, bajo el epígrafe de “Nuestro redactor en Barcelona”.
Con una prosa no muy difícil de imaginar en algún diario español actual, Marsillach, simpatizante de Lerroux y conocido anticatalanista, se sorprendía del reciente ingreso en el cuerpo consular de Josep Carner. Marsillach acusaba al poeta, que ya ocupaba un lugar muy prominente en las letras catalanas, de poseer un “probado furor separatista” y de haber publicado “los más terribles sarcasmos contra España, contra su presente, su pasado, sus glorias y sus hombres representativos” y se preguntaba cómo se las arreglaría Carner para conciliar “su odio a España con el deber de velar por los intereses morales y materiales de España y los españoles”.
Marsillach subrayaba la diferencia entre la tolerancia del Estado español, que admitía a un separatista como Carner en uno de sus cuerpos más selectos, y el supuesto sectarismo de la Administración catalana, que nunca aceptaría a nadie que no comulgara con las ideas catalanistas. “Yo, republicano, socialista, jaimista, anarquista, separatista, pero ciudadano español, tengo opción a todos los cargos del Estado español; pero yo, catalán, no tengo, ni mis hijos tampoco, por el hecho de sentirme español, opción a ningún cargo de la Mancomunidad ni de organismos oficiales algunos manoseados por los separatistas”.
El 2 de enero, el subsecretario del Ministerio de Estado (que era como se llamaba entonces el Ministerio de Asuntos Exteriores) remitió este artículo al futuro superior de Carner, el cónsul general de España en Génova, consulado al que había sido destinado el poeta como vicecónsul. El subsecretario no se dejó arrastrar por la encendida prosa del articulista de El Imparcial. Con un espíritu más burocrático que político, instruía al nuevo superior de Josep Carner en los términos siguientes: “La lectura de la crónica en cuestión bastará para que, procediendo V.S. con todo el tacto y discreción propios del caso, ejerza sobre su nuevo subordinado toda la vigilancia necesaria para venir en conocimiento de si realiza en Génova alguna labor de índole separatista”, y le ordenaba que, si Carner lo hacía, se lo comunicase sin demora “a los efectos que puedan resultar oportunos”. Es decir, se limitaba a informar al cónsul general, confidencialmente, del contenido del artículo para que lo tuviera presente y por si observaba en el nuevo vicecónsul alguna actitud poco acorde con sus funciones, pero sin dar mucho crédito al articulista ni comprometer la futura carrera de Carner.
El expediente personal de Josep Carner en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores –al que he tenido acceso gracias al profesor Jaume Subirana, con quien estamos preparando un pequeño trabajo sobre la
Marsillach, conocido anticatalanista, se sorprendía del ingreso de Josep Carner en el cuerpo consular
carrera diplomática del poeta– no contiene ninguna respuesta del cónsul general, que curiosamente también era catalán. No podemos saber, pues, si acusó recibo de aquel escrito, ni en qué términos, ni cuál fue su reacción inmediata.
Sin embargo, podemos deducir sus sentimientos sobre el asunto gracias a un despacho posterior, de 1923 o 1924 –el año es dudoso, porque sólo se conserva una transcripción a mano–, en el que el cónsul general, en el momento de dejar el cargo, habla del personal que ha tenido a sus órdenes. Escribe:
“Al cesar en mi cargo cumplo con un grato e ineludible deber expresando a VE lo satisfecho que he quedado de los servicios de este personal consular, tanto del Señor ViceCónsul Don José Carner, como del Canciller D.G. Ratto. Me permito señalar muy especialmente al superior conocimiento de VE las dotes eminentes y nada comunes del señor Carner. En los tres años que he tenido la dicha de colaborar con él he tenido ocasiones de apreciar varias veces su inteligencia como funcionario (pues bastante conocido es como eminente hombre de letras), su celo, su tacto, su dignísima manera de representar a España y tantas otras cualidades que hacen de él un funcionario que cuando ocupe un puesto de Jefe en el extranjero honrará a la Carrera Consular”.
Hay que imaginar que el belicoso articulista de El Imparcial nunca tuvo acceso a este documento, que muestra que, en el Ministerio de Estado, no todo el mundo compartía su intransigencia ni sus opiniones sobre la Mancomunidad. Afortunadamente, en la Administración había gente con más cordura que según qué columnistas. Me imagino que ahora, en un caso parecido, sucedería más o menos lo mismo. Como dicen en francés: “Plus ça change, plus c’est la même chose”. Feliz año.