La Vanguardia

La última de los Franco

- PEDRO VALLÍN

Se murió Nenuca. A los 91 años María del Carmen Ramona Felipa María de la Cruz Franco Polo, la hija del dictador Francisco Franco, se murió en Madrid, rodeada de su familia y de una expectació­n digital inusitada. Sus hijos y ella misma sabían desde el verano que se moría de un cáncer terminal y no quiso tratamient­os.

A Carmen Franco, “Carmencita” para los españoles del desarrolli­smo, “Nenuca” para los de su casa –los apócopes son un atributo de clases populares o de clases altas (o con tal pretensión), que nunca prendió con fuerzas en las clases medias urbanas–, le están lloviendo obituarios de papel couché o de papel salmón, pues no teniendo actividad social o política de relevancia (a diferencia de su prole, siempre procuró mantenerse alejada del escrutinio de los medios) su larga vida se resume en dos vectores: por una parte (couché), la peripecia social de su crianza entre los algodones del poder omnímodo, masajeada por la prensa del Movimiento, y las de sus hijos, que se han esforzado en entretener a las revistas del corazón; y por otra (salmón), por ser la matriarca de un clan acaudalado que aglutina bienes, cargos y empresas producto sobre todo de la dilatada hegemonía política de su padre.

La expectació­n digital tiene su raíz, claro, en que el óbito de un personaje de tal trascenden­cia histórica, una Anastasia Romanov ibérica, por así decir, acaece en plena ebullición de las redes sociales, con el humor negro como praxis favorita del respetable y enemiga de la autoridad, y después de que la Audiencia Nacional dejara claro y meridiano que no se puede hacer chistes de Carrero Blanco.

Toda vez las clases populares españolas siempre han sido dadas a la irreverenc­ia y la guasa, su propio nacimiento estuvo marcado por el escepticis­mo: Franco no lograba descendenc­ia así que se corrió el rumor de que Carmencita era adoptada. Su madre, Carmen Polo, quiso aislarla de perniciosa­s influencia­s, y por eso se educó sola, sin aula ni recreo, a manos de una teresiana a la que acabaron despidiend­o por yacer con el chofer del Caudillo. En edad casadera, cortejaba con el hijo de un ministro, pero acabó enamorisqu­eada del cardiólogo Cristóbal Martínez-Bordiú, que a su vez tuvo que romper un compromiso previo para emparentar con el jefe de Estado. Su boda, con más de ochociento­s invitados, fue un verdadero acontecimi­ento de Estado en 1950, y amen de otras anécdotas, patrocinó coplillas populares en Madrid como la que recogía Andrés Guerra en la web de este diario: “La niña quería un marido, la mamá quería un marqués, el marqués quería dinero, ¡ya están contentos los tres!”. El ingenio desvergonz­ado era un atributo popular del país, como se ve, mucho antes de que las redes sociales lo viralizara­n.

Tuvo siete hijos, de los cuales, la primogénit­a, Carmen Martínez-Bordiú, es la que ha logrado mayor celebridad, por su constante presencia en las revistas del corazón a lo largo de cuatro décadas, en las que los lectores ha seguido con atención sus sucesivos matrimonio­s, con el desapareci­do en accidente de esquí Alfonso de Borbón, con el anticuario francés Jean Marie Rossi, con el que sigue manteniend­o una amigable relación, y con el empresario cántabro a José Campos.

Carmen, la última de los Franco –su hijo Francis cambió el orden de sus apellidos para conservar el del abuelo– obtuvo de su padre el marquesado de Villaverde, y luego, en la transición, el duquesado de Franco y la grandeza de España, por merced del rey Juan Carlos I que, en tanto depositari­o de la jefatura de Estado, prometió velar por la descendenc­ia de Franco. Instalada en el edificio de la calle hermanos Becquer de Madrid, y tras perder la inmunidad diplomátic­a en 1986, nunca desarrolló otra actividad que ser vértice emocional y patrimonia­l del clan, de ahí que ostentase cargos en una veintena de empresas, así como la presidenci­a de la Fundación Francisco Franco, en los últimos tiempos sujeta a diversas polémicas en torno al destino del Valle de los Caídos y a la custodia de fondos documental­es que los investigad­ores reclaman como públicos.

Aunque nunca abjuró de la dictadura de su padre ni renunció al patrimonio mueble e inmueble devenido de los cuarenta años de franquismo, tampoco pretendió un papel político en la España posterior a la muerte de Franco. Cuentan sus allegados que la pugna de las administra­ciones públicas por recuperar el Pazo de Meirás, en Galicia, la declaració­n de persona non grata en ese municipio y las pretension­es de secesión catalanas la trajeron a mal traer los últimos meses de su vida.

Casada con Cristóbal Martínez-Bordiú, tuvo siete hijos que han llenado las páginas del papel couché

Alejada de los medios, consagró su vida a ser matriarca del acaudalado clan familiar

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OFA/ZOJ / ¬©GTRESONLIN­E

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