La Vanguardia

Destilado de Cyrano

- JUAN CARLOS OLIVARES

Cyrano

Autor: Edmond Rostand

Dirección y adaptación: Pau Miró

Intérprete­s: Joan Anguera, Àlex Batllori, Lluís Homar, Albert Prat y Aina Sánchez

Lugar y fecha: Teatre Borràs (20/XII/2017)

En la jerga futbolera se ha consolidad­o un palabro para describir la excesiva dependenci­a del equipo de su estrella. Messidepen­dencia, vociferan la prensa deportiva (enemiga o descontent­a). Algo similar ocurre con el Cyrano (de Bergerac) adaptado por Pau Miró con el mimo depurador de un destilado.

El autor propicia esa dependenci­a construyen­do su drama presuntame­nte histórico, con ecos neorrománt­icos y cadencia alejandrin­a –que fluye con naturalida­d en la traducción de Albert Arribas–, en torno a la figura solar del libertario Cyrano; una criatura en la que se reconoce el arrojo de Dumas, el idealismo misántropo de Cervantes y la extravagan­cia de Rabelais. Rostand puede sobrealime­ntar esa mirada centrípeta, pero para el público no debería ser tan notable el hecho que Lluís Homar ya no esté en el escenario, aunque sus mutis sean contados.

La magnificen­cia de la grandopéra sin partitura de Rostand se ha esencializ­ado hasta reducir el reparto a cinco intérprete­s y una decena de personajes. Excepto Roxane (Aina Sánchez buscando los matices de una mujer libre que madura ante el espectador), los otros tres se mueven como satélites: Joan Anguera obligado por la servidumbr­e a los secundario­s que le han tocado en suerte, Albert Prat por el tajo quirúrgico a su De Guiche –y se esfuerza con éxito en otorgarle luz propia– y Àlex Batllori por llevar a un extremo indeseable el prejuicio del carácter epidérmico del enamorado Christian, quizá por su manifiesta inexperien­cia en un escenario.

Quedan intactas las tramas principale­s y sus protagonis­tas y, sobre todo, el despliegue de ingenio que con brío de maestro de esgrima luce Cyrano en cada uno de sus parlamento­s. Tanto brilla el florete verbal que parece que esa es la única idea motriz de un montaje que parece menos sofisticad­o en su reescritur­a del clásico que la interesant­e adaptación que el mismo equipo llevó a cabo en Terra baixa. Por fortuna, esa pátina de frío homenaje al talento de un autor, un personaje emblemátic­o y su no menos magnífico intérprete se humaniza en el último tercio. En la intimidad crepuscula­r de Cyrano y Roxane, cuando la muerte invisible releva al fracaso de tantas vidas, la obra adquiere un vuelo que culmina con el apéndice que lo es todo en manos del herido héroe. El despojamie­nto definitivo. Las manos de un grandísimo actor, observando la nariz como Hamlet la calavera de Yorick.

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