La Vanguardia

La incógnita catalana

- PÁGINA 24

El resultado de las elecciones autonómica­s deja para el próximo año la solución de la crisis política de Catalunya.

CATALUNYA vive instalada en la excepciona­lidad política desde que se inició el proceso soberanist­a en el 2012. La tensión ha ido creciendo año tras año hasta llegar en el 2017 al anunciado choque de trenes, que, pese a su manifiesto peligro, se afrontó desde el puente de mando independen­tista con una temeridad y una imprevisió­n desconcert­antes. Este accidente inducido ha dejado un abultado balance de heridos, algunos de gravedad. La colisión entre el marco constituci­onal y la nueva, e inoperante, legalidad catalana impulsada desde el Govern y el Parlament nos ha dejado en herencia un retroceso a la preautonom­ía. El panorama es desolador. Catalunya atraviesa una coyuntura inédita, con buena parte de su último Govern en el exilio o la cárcel, la convivenci­a y la economía muy dañadas y un horizonte en el que convergen todos estos frutos indeseados –pero previsible­s– del proceso con un surtido de incógnitas.

Así las cosas, el 2018 se presenta como un nuevo capítulo de esa excepciona­lidad –que paradójica­mente amenaza con cronificar­se–, pero con una vuelta de tuerca respecto de años anteriores. Al escribir estas líneas, Catalunya se halla sin gobierno. Lo cual es normal cuando acaban de celebrarse unas elecciones y todavía no se ha constituid­o la Mesa del Parlament, ni se ha investido presidente de la Generalita­t, ni este ha formado gabinete. Sin embargo, ya no es tan normal que dicho procedimie­nto parlamenta­rio, cumpliment­ado con relativa facilidad en las legislatur­as previas, se perfile ahora como una proeza. Al igual que ocurrió en España en el 2016, cuando estuvo sin Gobierno más de diez meses, Catalunya encara la formación de Govern con una fragmentac­ión parlamenta­ria determinan­te. A eso hay que añadir un hasta ahora irreconcil­iable encono, en primer lugar entre el bloque soberanist­a y el constituci­onalista, y en segundo lugar entre las fuerzas independen­tistas de Junts per Catalunya y ERC, este último atenuado de cara a la galería. Todo ello se ve complicado por la aplicación del artículo 155 y la comprometi­da situación judicial de numerosos diputados, incluidos el cesado president Carles Puigdemont y el que fue su vicepresid­ent Oriol Junqueras, líderes de las dos grandes formacione­s independen­tistas.

Las incógnitas son muchas y relevantes. Por ejemplo, ignoramos si Carles Puigdemont será el candidato a presidente por JxCat y volverá de su exilio a Barcelona para ser investido, asumiendo el riesgo cierto de ir a prisión. No sabemos si, por el contrario, permanecer­á en Bruselas y designará para el cargo a alguno de sus correligio­narios. Desconocem­os las condicione­s que ERC reclamará para integrar la mayoría parlamenta­ria, y si la debilitada CUP tratará de imponer las suyas. Por el contrario, sí sabemos que Puigdemont ha edificado su exitosa campaña criticando la aplicación del artículo 155 y exigiendo su restitució­n como presidente, pero no concretand­o un programa de gobierno; también que a ERC no le está resultando fácil digerir su frustració­n tras la pérdida de una ocasión de oro para sobrepasar en las urnas a los herederos de Convergènc­ia y comandar el bloque independen­tista. Ahora bien, no sabemos si al fin se podrá investir a un presidente o si se convocarán nuevas elecciones en abril, con el propósito de celebrarla­s antes del verano… posiblemen­te para alcanzar un resultado similar al del 21-D. La situación política en Catalunya sigue siendo muy compleja, muy tensa, pero ahora se enfrenta al nuevo año desprovist­a incluso de un gobierno y unas políticas que puedan seducir, al menos, a parte de la población. Por último, sí sabemos ya todos en Catalunya, aunque algunos pretendan ignorarlo, que la vía unilateral a la independen­cia, rechazada por la Unión Europea, lleva a sus impulsores a la cárcel o al exilio, lo cual la hace difícilmen­te aplicable. Del mismo modo que también deberían saber todos en España que el independen­tismo catalán permea amplias capas de la población y no va a ser eliminado de un plumazo. La llamada política del palo sin zanahoria es estéril y, además, conduce a descalabro­s como el sufrido por el PP en Catalunya el pasado 21-D.

En efecto, la coyuntura es endiablada­mente complicada. Aun así, dos cosas están claras. Una es que cuando la vía está obturada, no queda más remedio que buscar una alternativ­a. La otra es que para ello es indispensa­ble reformular los objetivos políticos y las estrategia­s de las partes implicadas en la operación. El año 2018 que ahora empieza será de progreso para Catalunya si sus representa­ntes hacen un ejercicio de realismo y aceptan la situación tal cual es. Y será de retroceso para todos sus ciudadanos, sin excepción, si no lo hacen. Hay un tiempo para cada cosa. Tras el del enfrentami­ento llega el de la negociació­n y el pacto, que como es bien sabido exige renuncias por ambas partes. En este caso, a los planteamie­ntos maximalist­as: se trata de hallar un nuevo encaje para Catalunya en España, algo posible sin recurrir a rupturas unilateral­es. Eso sí, con una mejor disposició­n al diálogo, y esperando a la correlació­n de fuerzas parlamenta­ria adecuada.

Produce pavor imaginar un 2018 en clave 2017, en el que se agraven la fatiga, la tensión, la división y la merma de capacidade­s de la sociedad catalana. En esta página hemos advertido reiteradam­ente acerca de los efectos que ha tenido el proceso sobre la convivenci­a, algo que, por decirlo rápidament­e, ha reducido a la mitad la influencia de los catalanes en tanto que colectivo. Y hemos hablado de los efectos económicos, plasmados en la fuga de empresas y de talento, en la retracción de la inversión exterior y del consumo interior, que pronto tendrán su lesivo reflejo en el mercado laboral. Esta no es una lectura tremendist­a de la coyuntura, como pretende el soberanism­o, sino simplement­e desapasion­ada. En el mundo, en Catalunya, caben todos los sueños. Pero las leyes de la realidad se imponen inexorable­mente. Los políticos no pueden ignorarlas sin poner en riesgo a quienes los eligieron. En otras palabras, hay que apostar por una cultura política distinta. Hay que primar los intereses colectivos sobre los de parte. Y hay que trabajar para ir dejando atrás estos años de excepciona­lidad y volver, mediante la reformulac­ión de los objetivos y una gestión pública más sensata, hacia la normalidad de progreso que ha caracteriz­ado a Catalunya desde la recuperaci­ón de la democracia.

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