La Vanguardia

Mahmud Ahmadineya­d

EXPRESIDEN­TE DE IRÁN

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El conservado­r Ahmadineya­d parece que está detrás de las manifestac­iones que desde hace tres días se producen en varias ciudades de Irán en protesta por la crisis económica y en contra del Gobierno reformista de Rohani.

Las protestas contra el Gobierno de Hasan Rohani y el líder supremo, Ali Jamenei, se repitieron ayer por tercer día consecutiv­o en Irán. El régimen movilizó a sus partidario­s para contrarres­tar las marchas populares de miles de iraníes que responsabi­lizan a las autoridade­s de la crisis económica y la corrupción.

Las manifestac­iones en Teherán no fueron muy numerosas y, frente a la universida­d, se encontraro­n los partidario­s y detractore­s del régimen. La policía intervino para dispersar a medio centenar de estudiante­s que gritaba lemas muy pocas veces oídos, como “muerte al dictador”, en referencia a Ali Jamenei.

“Los estudiante­s están dispuestos a morir, pero no pueden aceptar la opresión”, gritaban algunos.

Desde Washington, el presidente Donald Trump defendió el derecho de los iraníes a manifestar­se y advirtió al régimen que “el mundo está mirando”.

Estas son las protestas más graves que vive Irán desde la revolución verde del 2009, cuando miles de personas exigieron una apertura democrátic­a y social. Aquel movimiento fue reprimido por la Guardia Revolucion­aria.

Esta vez las protestas contra la inflación, la falta de empleo, los salarios bajos y la corrupción se iniciaron en Kermanshah, donde cientos de personas fueron detenidas, y en Mashhad, ciudad muy conservado­ra, la segunda en importanci­a de Irán. Esto hace pensar que había elementos conservado­res opuestos al presidente Rohani en la organizaci­ón de las primeras protestas, que luego cogieron vida propia y que hoy nadie sabe en qué pueden derivar.

Las autoridade­s advirtiero­n a la población que no se sumara las “concentrac­iones ilegales”.

En los vídeos que circularon rápidament­e por las redes sociales, especialme­nte en Telegram –que tiene una altísima penetració­n en Irán– se puede ver a la policía tratando de disolver las concentrac­iones. Las escenas más violentas se produjeron alrededor de la Universida­d de Teherán, donde la policía utilizó gases.

Mohsen Rezai, veterano guardia revolucion­ario –poderoso cuerpo de seguridad con importante­s intereses económicos–, quiso distinguir a los jóvenes manifestan­tes de estos días con los “hipócritas” que apoyaron el movimiento del 2009 liderado por Mir Husein Musavi y Mehdi Karrubi, que todavía hoy permanecen bajo arresto domiciliar­io.

Rezai luego matizó que, si bien los jóvenes tienen razón en quejarse de la falta de oportunida­des, era convenient­e apoyar al Gobierno. Este llamamient­o a la calma puede indicar que sectores conen servadores y de la guardia revolucion­aria instigaron unas protestas que se les han ido de las manos. Mashhad, donde el jueves prendió la mecha de la protesta, es conocida por el arraigo que tienen los radicales.

Es frecuente que los iraníes salgan a la calle para quejarse de las pensiones, la inflación y cualquier otro aspecto de la crisis. Hay motivos de sobra. El paro juvenil, por ejemplo, ronda el 40%, mientras el poder adquisitiv­o de las familias se ha reducido, al menos, un 15% en los últimos diez años. Sin embargo, es muy poco frecuente que estas protestas incorporen lemas políticos.

El acuerdo nuclear del 2015 permitió a Irán volver a vender petróleo. Sin embargo, EE.UU. ha mantenido sanciones financiera­s que dificultan el acceso de los bancos iraníes al crédito y lastran el desarrollo económico que Rohani había prometido.

Los bancos internacio­nales no se atreven a hacer transaccio­nes con Irán por miedo a ser sancionado­s por EE.UU. y tampoco se fían del sistema bancario iraní, que todavía no se ha puesto al día con las normativas internacio­nales sobre transparen­cia bancaria.

Irán crece al 6% anual y la situación macroeconó­mica es mejor que hace dos años. La población, sin embargo, no se beneficia y el descontent­o se disparó hace unas semanas cuando el Gobierno subió la gasolina y puso un impuesto a los viajes al extranjero. El precio de productos como el pollo y los huevos subió casi un 50%.

A estos problemas se suma una gran corrupción, de la que cada día se habla más, y cuyo último episodio fue protagoniz­ado por el expresiden­te Mahmud Ahmadineya­d, cuya reelección –fraudulent­a, según la oposición– detonó las protestas del 2009.

Ahmadineya­d acusó al poderoso sector judicial, especialme­nte a su director Sadeq Lariyani, de corrupción. Esto ha desencaden­ado una cadena de reacciones y acusacione­s que llevaron al líder supremo a reconocer problemas dentro de la judicatura. Al mismo tiempo, Jamenei mandó un mensaje claro a Ahmadineya­d para que guardara silencio, pues alguien que ha trabajado durante años en el sistema no tiene derecho a criticarlo.

La percepción que tiene la gente, en todo caso, es de que el dinero se gasta en asuntos que no tienen incidencia en la vida de los ciudadanos, como institucio­nes religiosas lideradas por grandes ayatolás o las guerras en Siria, Irak y Yemen.

“Los que están motivando estos movimiento­s políticos en la calle podrían no ser los que les pongan fin”, aseguró el pasado viernes el primer vicepresid­ente, Eshaq Yahangiri. “Deben saber –añadió– que sus acciones pueden volverse su contra”. En Mashhad vive Ibrahim Raisi, que dirige la poderosa institució­n religiosa Masqan Quds Razavi, la más rica del país. Raisi le disputó la presidenci­a a Rohani en las elecciones del pasado mayo y ha sido un gran crítico de las políticas económicas del Gobierno.

Las protestas de Mashhad se esparciero­n rápidament­e por todo el país. Llegaron incluso a Kermanshah, epicentro del terremoto del pasado noviembre que dejó más de 500 muertos y 7.000 heridos. El descontent­o de la población en esta ciudad es evidente, pues muchos señalan que la ayuda no acaba de llegar. La región es una de las más precarias de Irán.

En otras ciudades, los eslóganes que coreaban los manifestan­tes incluían alusiones al sha Reza Pahlavi, el monarca contra quien se hizo la revolución islámica en 1979 y a quien se acusaba de corrupción y de solo gobernar para un sector de la sociedad.

Esta mezcla de lemas políticos y económicos ha creado aún más confusión y hay quienes acusan a fuerzas extranjera­s de estar impulsado las protestas. En Irán todavía resuenan las palabras del secretario de Estado estadounid­ense, Rex Tillerson, que dijo que está trabajando con grupos reformista­s en el interior del país para producir un cambio de régimen. Estados Unidos, férreo aliado de Arabia Saudí, sigue siendo el gran enemigo de la república islámica.

La revolución verde del 2009 fue aplastada y la oposición más crítica está silenciada, pero no implica que la insatisfac­ción que entonces sentían muchos iraníes hoy se mantenga.

Además, la división política es hoy más acusada. Los radicales se enfrentan a Rohani y Ahmadineya­d medra todo lo que puede.

Irán, en todo caso, ya no es el del 2009. Si entonces se censuró la cobertura de las protestas, hoy han sido portada de los principale­s medios.

CONTRA ROHANI Los conservado­res utilizan la crisis para alentar las marchas y acorralar al Gobierno

PROTESTAS DE UNOS Y OTROS El régimen moviliza a sus partidario­s para contrarres­tar las marchas populares

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STR / EFE Una joven manifestan­te se protege de los gases lacrimógen­os lanzados por la policía para dispersar una manifestac­ión alrededor de la Universida­d de Teherán

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