Un año difícil
El año que hoy finaliza ha sido muy estresante para la sociedad catalana. Todos hemos visto y vivido las consecuencias de una fractura, primero política y progresivamente de convivencia, que parece haberse instalado para quedarse más tiempo del que sería deseable. El periodismo vive este período con la energía de los tiempos apasionantes y la preocupación que siempre genera ejercer el oficio con responsabilidad.
La Vanguardia ocupa una posición central en esta sociedad desde hace ya casi 137 años y en esta difícil etapa procura ejercer su papel de medio de comunicación en el que se exponen todas las ideas y posiciones y, en consecuencia, actúa de vía para el acercamiento de las mismas. No es una labor fácil. El Defensor ha recibido no pocas quejas de lectores que expresaban su enfado porque, a su juicio, el diario prestaba más atención a las informaciones que tenían que ver con las ideas que se consideraban “de los otros” que con las que los remitentes definían como “nuestras”. Ha habido cartas y también llamadas telefónicas que se expresaban en esos términos: los nuestros y los otros, procedentes indistintamente de las dos áreas en las que claramente se ha escindido la sociedad catalana.
Algunos días, han llegado críticas duras referidas a falta de imparcialidad por haber publicado unos temas o por no haber publicado otros, siempre en relación con una supuesta intención de favorecer a unos o a otros. El pasado 2 de diciembre, por ejemplo, la imagen de portada del diario era una foto de la primera gran nevada de la temporada. Se veía el bello puente de piedra de Camprodon adornado de copos de nieve que caían y que ya habían cuajado sobre el suelo y en los bancos de la calle Sant Roc, en la orilla izquierda del Ter. Pues bien, en uno de los pequeños arcos ciegos que flanquean la gran arcada central se veía un lazo amarillo y eso provocó alguna carta de queja de quienes consideraban que se estaba reforzando el independentismo.
Al día siguiente, otra persona se quejó con similar crudeza de que el diario no hubiera mencionado que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, había tenido que “salir por piernas”, en expresión literal, durante una visita a Reus o que, en Mataró, a unas abuelas se les había impedido acceder al puerto porque llevaban bufandas amarillas.
Igualmente, también se recibieron llamadas en un tono que se podría considerar bastante exaltado por parte de personas que exigían que el diario calificara expresamente como golpe de Estado la aplicación del artículo 155 de la Constitución.
Son, seguramente, las posiciones más extremas de la radiografía política que arroja hoy Catalunya, pero pueden servir para entender el punto de enfrentamiento al que se ha llegado y en el que se quiere que los medios de comunicación jueguen también un declarado papel de parte que, precisamente, deberían evitar.
Ese es el argumento con el que procuro responder, como Defensor del Lector, a este tipo de quejas: mantengamos el respeto a las ideas de los demás y valoremos el hecho de que La
Vanguardia da cabida a todas las voces. Por supuesto, en el área de opinión, donde los articulistas representan un variado abanico de puntos de vista y gozan de libertad de expresión. Y también en el área de información. La redacción, como es comprensible, cuenta también en su seno con muy diversas posturas, fiel reflejo de la sociedad catalana. Pero, naturalmente, la posición mayoritaria entre todos es la que defiende hacer bien el trabajo y cumplir al máximo con la exigencia de profesionalidad.
Ha habido cartas y llamadas telefónicas que utilizaban esos términos: “los nuestros” y “los otros”, para expresar quejas sobre las informaciones del diario