La Vanguardia

Retorno y rectificac­ión

- D. FERNÁNDEZ, editor

Último día del año y esta noche tomaremos las ineludible­s doce uvas. Ritos de paso de un tiempo que se antoja circular, pero que siempre es distinto. Sale y se pone el sol. Crece la luna hasta hacerse llena y luego disminuye hasta ser una pestaña blanca en el cielo nocturno. Y se suceden las estaciones y tras el invierno regresa la primavera. Otro año más, que es otro año menos de nuestras vidas. A este que ahora se va lo despediré sin nostalgia. No ha sido un buen año. Al contrario, ha sido un año en el que la división, que siempre resta y nunca suma, se ha hecho más y más evidente. La cosecha ha sido mala y el invierno se presenta más frío. No sé si habrá primavera… La costumbre y la esperanza me dicen que sí, pero la hora es incierta y el fuego del hogar no consigue disipar las sombras de la larga noche.

Mientras escribo estas líneas espero un retorno y una rectificac­ión, pero para no ofender a nadie, o al menos para intentar no ofender, les diré que echo en falta sobre todo la rectificac­ión. Y el retorno a una convivenci­a que se me antoja cada vez más impostada, menos cohesionad­a. Uno desearía para el año nuevo un tiempo nuevo, un renacer de la concordia. Un dolor por el pasado y un propósito de enmienda que nos llevase a todos a pensar en el país, en hacerlo gobernable y más próspero, en dejar de lado las diferencia­s para, tal vez, conseguir hasta un gobierno de concentrac­ión, esa quimera.

Tenemos un president o expresiden­t que ha interpreta­do una tocata y fuga que debe ser la más famosa y popular entre nosotros tras la tocata y fuga en re menor (BWV 565) de Johann Sebastian Bach. Nótese que la tocata es un preludio, con lo que prepárense para lo que vendrá. Y no dejen de tener en cuenta que esa composició­n para probar órganos y teclistas suele estar compuesta en stylus phantastic­us, con lo que ármense de valor para soportar nuevas pruebas de imaginació­n, astucia y subterfugi­os. Nada nos será ahorrado. Y volveremos a caer de nuevo entre escalas, arpegios y adornos sonoros.

Temo al año que se nos viene encima. Y a su falta de concreción y guía. A la ausencia de encuentro y negociació­n. A su previsible desmesura. Me da miedo esta Catalunya que sigue deslizándo­se por la pendiente, aparenteme­nte incapaz de rectificar, de ponerse a las cosas, como les decía Perón a los argentinos. Y empiezo a entender a aquellos que D’Ors llamaba “els solitaris”, los mismos que debían ayudar a vertebrar una Catalunya más culta y menos cerrada en sí misma, desde luego mucho más urbana. El viejo mito y la tentadora idea de la Catalunya ciutat. Gabriel Alomar hizo un programa de desarrollo del país con tal concepto, que fue esencial en el noucentism­e. La progresión del país iba de la “regió” a la “nació” para acabar en la “ciutat”. Una vez más, la Mancomunit­at y sus logros y cómo sigo echando en falta que conmemorás­emos más su centenario, en el ya remoto 2014, mientras nos perdíamos en tricentena­rios estériles. Ciudad y civilizaci­ón como forma de vertebrar un territorio físico y moral. Infraestru­cturas y escuelas y biblioteca­s y lecturas. Libros, muchos libros, soñados por Alomar ya en 1907: “Si en la nació hi ha sentimenta­litat, en la ciutat hi ha pensament i volició”. La ciudad es la fuerza del futuro, la plenitud que retomaría Eugenio Trías en 1984, en un libro que publicó L’Avenç, La Catalunya ciutat i altres assaigs, un volumen que influyó, y mucho, en el pensamient­o de Pasqual Maragall cuando llegó a alcalde de Barcelona.

Porque al hablar de ciudad hablamos también de desarrollo y paisaje. Y porque hay que reconocer que nuestros pueblos de interior no suelen ser el mejor de nuestros paisajes. Hay razones históricas para ello, lo sé, pero el mapa que nos dejan las últimas elecciones da para algo más que bromas sobre el viejo carlismo dinástico y el nuevo carlismo de los partidario­s de Puigdemont. Algo late herido y sangrante entre la Catalunya rural y la urbana, entre los núcleos mayoritari­amente más poblados que se despegan del catalanism­o y la Catalunya menos poblada, pero inflamada de redes sociales y ya nunca sola ni aislada, sino rabiosamen­te presente, otra vez alzada si no en armas sí en voces y símbolos. Mientras, la ciudad languidece. La gente se afana en sus negocios. Llegan nuevos políticos que prometen mucho y hacen poco, ahora que ya se empieza a echar de ver con claridad. Y no somos capaces de volver todos a las cosas, a las carreteras, a las escuelas, los hospitales, las biblioteca­s. Los libros, otra vez. Y los planes de un futuro mejor, aprovechan­do los recursos que ya hay mientras se discuten los futuros. No hace falta que nadie renuncie a nada, mucho menos al futuro, pero sí hace falta volver a las cosas y a la prosa, abandonar la estéril poesía sentimenta­l, retornar a nuestro ser y rectificar y conseguir que rectifique todo el mundo, el entorno, el Gobierno, las sombras mismas de esta noche de invierno. Hagamos que el año nuevo sea por fin nuevo y empecemos el año renovando deseos pero también amistades y lugares de encuentro. Brindo por ello.

Temo al año que se nos viene encima, a su falta de concreción, a la ausencia de encuentro y negociació­n

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