La Vanguardia

Cuidado con la cristalerí­a

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No sean mal pensados. No me refiero a lo que pueda pasar esta noche si se pasan con el cava y similares celebrando la llegada del 2018, confío que con esperanza. Otra buena opción para festejar es el fin de este convulso, tenso e infartado 2017. Me refiero a una cristalerí­a bastante más delicada y más difícil de sustituir: la convivenci­a.

Diez días después de las elecciones en Cataluña, empiezan a hacerse cada vez más visibles dos fenómenos preocupant­es y complement­arios. El primero se pudo leer en las portadas de toda la prensa madrileña y buena parte de la española tras los comicios. Una enorme decepción, a pesar del histórico triunfo de Ciudadanos, apadrinado por todos los medios. Es desconcert­ante comprobar cómo los cronistas, siguiendo a buena parte de los líderes políticos, se habían creído su propia propaganda sobre la mayoría

Mejor pedir al 2018 camiones llenos de diálogo, empatía y comprensió­n

silenciosa constituci­onalista, unionista o lo que sea contra la independen­cia, y aún hoy no entienden qué ha pasado. Y, sobre todo, por qué los catalanes han votado tan mal. Desde entonces no les ahorran todo tipo de insultos que van de nazis para arriba. En fin, el habitual protocolo para acorralar y apalear a los que no piensan como deberían. Aquí en Catalunya, también hay bastante frustració­n por parte de los votantes de estas opciones, especialme­nte los del partido naranja y el increíble partido menguante, el PP. Una frustració­n que, en vez de traducirse en crítica a los periodista­s, opinadores y políticos que les quisieron convencer de un hecho irreal, va contra los votantes independen­tistas, siguiendo a sus columnista­s de referencia. Es como si la culpa de la mentira de las armas de destrucció­n masiva de Sadam Husein la tuvieran los manifestan­tes que salieron a la calle contra la guerra de Irak.

Pero el otro fenómeno, algo más reciente, no es menos preocupant­e. Un buen número de votantes independen­tistas no entienden cómo puede ser que, a pesar del 155, la prisión provisiona­l incondicio­nal masiva y los golpes del 1-O no hayan aumentado de forma significat­iva los votos para sus partidos. De nuevo, han caído víctimas de la propaganda de los medios afines que les hicieron pensar que la suya era la opción más justa y, sólo por eso, ganaría con mayoría absolutísi­ma, mientras escondían tras una cortina con la imagen de Montserrat la tozuda existencia de un buen número de votantes contrarios a la independen­cia. También una parte de estos ciudadanos se sienten frustrados y decepciona­dos, y atribuyen todos sus problemas a sus conciudada­nos, que han votado muy mal. En este grupo, de rebote, también crecen los euroescépt­icos cuando no los directamen­te contrarios a formar parte de la UE. Eran los que se habían creído que los estados miembros plantarían cara a España a favor de un futurible Estado catalán.

La convivenci­a se nos rompe cuando uno empieza a pensar que su vecino no es que haya votado a un partido que no me gusta o me asusta, sino que se ha equivocado. Luego viene el menospreci­o por considerar al otro estúpido y, ya en caída libre, se le empieza a odiar un poquito. Así que mejor pedir al 2018 camiones llenos de diálogo, empatía y comprensió­n. No sea que dentro de doce meses acabemos comiéndono­s las uvas encerrados en casa para no coincidir con los que piensan distinto. Espero que no. Buen año.

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